por el R.P. Julio Meinvielle
Tomado de Concepción católica de la Política
«"La política debe servir al hombre": Esta fórmula dice muy poco y muy confusamente si no se tiene un verdadero concepto del hombre; fórmula que, en cambio, lo dice todo, y muy luminosamente, si se posee este auténtico concepto.
El filosofismo y la Revolución antes de corromper la política, y lo mismo dígase de la economía, corrompieron al hombre. La Iglesia, en cambio, antes de dar una política cristiana, ordenó al hombre y nos dió al cristiano. De aquí que sea esencial indicar qué es el hombre. Porque es manifiestamente claro que no puede ser igual la concepción de la política si hacemos del hombre un simple ejemplar de la escala zoológica que si hacemos de él un ser iluminado por la luz de la razón, con un destino eterno.
Y el hombre es esto: un ser con necesidades materiales, porque tiene un cuerpo, pero sobre todo con necesidades intelectuales, morales y espirituales, porque tiene un alma inmortal. Y esto no surge de una consideración apriorística, sino que es la comprobación de lo que observamos en nosotros mismos por el sentido íntimo, en los demás por la observación, y por la historia en todo el correr de la existencia humana .
Y con esto ya tendríamos lo suficiente para formular las leyes de una política humana, y por lo mismo verdadera, y puesta al servicio del hombre. Y ésta no sería individualista, ni liberal, ni democratista, como imaginó Rousseau; ni organicista, ni estatista, como han fingido los filósofos y juristas salidos de Hegel. Sería una política humana. No hay palabra más exacta y precisa para calificarla.
¿Sería también una política cristiana? Si, en el sentido de que todo ese ordenamiento político, derivado de una recta consideración de la naturaleza humana, es querido por Dios, y como tal inmutable y valedero aun en el caso de una política cristiana. Pero es evidente que una política cristiana, sin alterar ni disminuir las exigencias de una política puramente humana, está condicionada por una ley más alta, que deriva de principios más altos y nuevos que el cristianismo ha añadido a la naturaleza humana. La política cristiana es entonces más que humana, porque llena más cumplidamente las exigencias de ésta. De la misma manera que la vida cristiana, sin dejar de ser humana, es algo más que humana.»
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