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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

25 de marzo de 2009

La Caballería: la Fuerza Armada al servicio de la Verdad desarmada (5)


por el R.P. Alfredo Sáenz, S.J.

Ediciones Excalibur, Buenos Aires, 1982





ntremos ahora a analizar el modo como los antiguos eran armados caballeros. Tal acto requería una larga preparación y se desarrollaba en el seno de un ritual cada vez más detallado. Era un acto transeúnte pero que marcaba una especie de carácter, al punto que si luego el caballero se hacía felón debía ser solemnemente degradado.

I. APRENDIZAJE DE LA CABALLERÍA: EL ESCUDERO

No se nacía caballero. Para llegar a serlo se requería un previo aprendizaje del quehacer caballeresco, una escuela de Caballería. A este respecto leemos en la obra de Raimundo Lulio: "La ciencia y escuela de la Orden de Caballería es que el caballero haga enseñar de montar a caballo a su hijo en su mocedad; porque si entonces no lo aprende, en la mayor edad no lo podrá aprender. Conviene también que el hijo de caballero, cuando es escudero, sepa cuidar del caballo; no menos conviene que primero sea súbdito que señor, y sepa servir a señor, pues sin esto no conocería, cuando caballero, la nobleza de su señorío. Por esto el caballero debe someter a su hijo a otro caballero, para que aprenda de aderezar y guarnecer y las demás cosas que pertenecen al honor de caballero" (27). Según se ve, no se trata tan sólo de aprender cosas materiales, andar a caballo, saber ensillarlo, etc. Se requiere un aprendizaje en la obediencia, en la fidelidad, para que luego el señorío entre como por osmosis. Comenzar por ser súbdito para ir bebiendo la nobleza del señorío.
Se realiza pues una suerte de "iniciación" en el arte de la Caballería. Tal "iniciación" debe ser comunicada por otro caballero, único capaz de entender y de transmitir el honor de la Caballería. "Como el que quiere ser carpintero o zapatero necesita de tener maestro carpintero o zapatero, así el que ama la Orden de Caballería y quiere ser caballero, conviene que tenga maestro que sea caballero, porque tanto es cosa fuera de propósito que un escudero aprenda la Orden de Caballería de otro que de caballero, como lo sería si el carpintero enseñara al que quiere ser zapatero" (28).
Todos los que tenían señorío, desde el Rey hasta el último caballero, consideraban como uno de sus deberes más gustosos el preparar futuros caballeros. Los Reyes no miraban esta obligación como si fuese una carga, sino como un privilegio al que asignaban gran valor, la educación de jóvenes nobles en su palacio. También los grandes barones, en esto como en todo, se esforzaban por imitar al Rey, invitando a su casa a los hijos de los caballeros. Como se ve, se trataba de una verdadera escuela de caballería.
Educar a los futuros caballeros era lo que los franceses llamaban les nourrir, alimentarlos, criarlos, fortificarlos. "Este es uno de mis nourrís", decían al verlo pasar. Entre los "nutridos" y los que ios "nutrían" existía un lazo casi sagrado, irrompible. El joven noble debía a su educador un profundo, inalterable reconocimiento, y su respeto por él revestía carácter filial. Su señor era verdaderamente un padre. Cuando Rolando, gravemente herido en Roncesvalles, estaba a punto de entregar su alma a los ángeles que lo esperaban, uno de sus últimos pensamientos, el más conmovedor quizás, fue para el educador de su juventud: "Estaba allí yacente, bajo un pino, el conde Rolando. Se puso a recordar muchas cosas, de todos los países que había conquistado, y de la dulce Francia, y de los hombres de su raza, y de Carlomagno, su señor, que lo había nourri".
La educación del futuro caballero comenzaba desde la más tierna infancia. Apenas llegado a la edad de siete años se le mandaba al castillo de algún poderoso barón, que solía ser el señor feudal de sus padres para que recibiese a su lado la instrucción correspondiente a su clase, desempeñando al mismo tiempo las funciones de doncel o paje, que aunque implicaban cierta servidumbre, pues debía acompañar constantemente a su señor y ayudarlo en los servicios domésticos, se consideraban ennoblecidas por la elevada alcurnia de aquel a quien se servía. A los catorce años el doncel pasaba a la categoría de escudero. ¿Cuánto tiempo duraba este nuevo aprendizaje? Es cosa difícil de determinar por los textos. Cinco años, o siete, rara vez más, y a menudo menos, ya que generalmente se era armado caballero entre los 16 y los 21 años. En los actos públicos, los nombres de los escuderos ya figuraban bajo el título de milites. Pero todavía no tenían derecho a tocar una espada. La espada era el arma sagrada, esa espada cuya empuñadura contenía huesos de santos, un verdadero relicario. Incluso la lanza, en la primitiva severidad del código caballeresco, le estaba vedada al escudero, quien se resarcía batiéndose a golpes de venablo.

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