tomado del Santoral del R.P. Juan Croisset, S.J.
acia el fin del tercer siglo, en el imperio de Galerio Máximo, se admiró en la Iglesia una de aquellas extraordinarias conversiones que obra algunas veces la mano poderosa del Señor para animar la confianza de los pecadores, y para descubrir al mismo tiempo á los hombres los tesoros de su misericordia.
Había en Roma una dama joven, noble, rica y poderosa, llamada Aglae, hija de Acacio, que había sido procónsul y de familia senatorial, tan entregada al fausto y á la vanidad, que solía dar al pueblo juegos públicos, cuyos gastos costeaba ella misma. Era, a la verdad, cristiana, pero desacreditaba el nombre y la profesión con su desarreglada vida. Ocupada toda del espíritu del mundo, se entregaba totalmente á las diversiones hasta tocar la raya de la disolución, con grande escándalo de todos los fieles.
Tenía comercio ilícito con su mismo mayordomo, joven de bella disposición, pero dado al vino y á todos los demás desórdenes.
Llamábase Bonifació, y, aunque era también cristiano, lo era sólo de nombre, deshonrando la profesión, igualmente que su ama, por la disolución de sus costumbres. En medio de estos defectos se notaban en él buenas prendas: compasión de los miserables, caridad con los pobres y hospitalidad con los extranjeros.
Hacía mucho tiempo que traía una vida muy desordenada, cuando el Dios de las misericordias mudó su corazón con la conversión de la misma que le había pervertido. Movida Aglae de una poderosa gracia interior, abrió los ojos para conocer sus desórdenes, y, espantada con la vista del número y de la gravedad de sus pecados, despedazado el corazón de dolor, resolvió aplacar la ira de Dios con sus limosnas y con una pronta penitencia.
A la conversión de Aglae se siguió inmediatamente la de Bonifacio, y ambos repararon con ventajas el escándalo que habían dado á los fieles con la mudanza de su vida y con sus grandes ejemplos. Comenzó Aglae haciendo á Dios un generoso sacrificio de todas sus galas y sus joyas, prohibióse todo género de diversiones y se retiró para siempre de todas las concurrencias mundanas. A las antiguas diversiones ilícitas sucedió el ayuno, la oración, el cilicio y otras muchas penitencias; y, procurando rescatar sus pecados con sus limosnas, se sepultó en un profundo retiro, determinada á pasar lo restante de su vida entre gemidos y llantos. Por su parte, Bonifacio no omitía medio alguno para ser fiel á la gracia, dando cada día nuevas pruebas de la sinceridad de su conversión.
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Había en Roma una dama joven, noble, rica y poderosa, llamada Aglae, hija de Acacio, que había sido procónsul y de familia senatorial, tan entregada al fausto y á la vanidad, que solía dar al pueblo juegos públicos, cuyos gastos costeaba ella misma. Era, a la verdad, cristiana, pero desacreditaba el nombre y la profesión con su desarreglada vida. Ocupada toda del espíritu del mundo, se entregaba totalmente á las diversiones hasta tocar la raya de la disolución, con grande escándalo de todos los fieles.
Tenía comercio ilícito con su mismo mayordomo, joven de bella disposición, pero dado al vino y á todos los demás desórdenes.
Llamábase Bonifació, y, aunque era también cristiano, lo era sólo de nombre, deshonrando la profesión, igualmente que su ama, por la disolución de sus costumbres. En medio de estos defectos se notaban en él buenas prendas: compasión de los miserables, caridad con los pobres y hospitalidad con los extranjeros.
Hacía mucho tiempo que traía una vida muy desordenada, cuando el Dios de las misericordias mudó su corazón con la conversión de la misma que le había pervertido. Movida Aglae de una poderosa gracia interior, abrió los ojos para conocer sus desórdenes, y, espantada con la vista del número y de la gravedad de sus pecados, despedazado el corazón de dolor, resolvió aplacar la ira de Dios con sus limosnas y con una pronta penitencia.
A la conversión de Aglae se siguió inmediatamente la de Bonifacio, y ambos repararon con ventajas el escándalo que habían dado á los fieles con la mudanza de su vida y con sus grandes ejemplos. Comenzó Aglae haciendo á Dios un generoso sacrificio de todas sus galas y sus joyas, prohibióse todo género de diversiones y se retiró para siempre de todas las concurrencias mundanas. A las antiguas diversiones ilícitas sucedió el ayuno, la oración, el cilicio y otras muchas penitencias; y, procurando rescatar sus pecados con sus limosnas, se sepultó en un profundo retiro, determinada á pasar lo restante de su vida entre gemidos y llantos. Por su parte, Bonifacio no omitía medio alguno para ser fiel á la gracia, dando cada día nuevas pruebas de la sinceridad de su conversión.
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