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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

12 de mayo de 2009

El Pequeño mundo de Don Camilo (21)





por Giovanni Guareschi


A ORILLAS DEL RÍO





NTRE la una y las tres de la tarde en agosto, el calor, en los pueblos ahogados entre los maizales y el cáñamo, es algo que se ve y toca. Se diría que uno tiene ante los ojos, a un palmo de la nariz, un extenso velo ondulante de vidrio hirviente.Atraviesas un puente, miras abajo, hacia el canal, y ves el fondo seco y resquebrajado, y aquí y allá algún pescado muerto. Y cuando del camino que corre sobre el terraplén miras dentro de un cementerio, te parece sentir crepitar bajo el sol ardiente los huesos de los muertos.
Por la carretera provincial marcha lentamente algún carrito de ruedas altas, lleno de arena. El carretero duerme boca arriba sobre la carga, con la panza al aire y el dorso abrasado; o bien, sentado en el cabezal pesca con una pequeña podadera dentro de media sandía sostenida entre las piernas como una palangana.Al llegar al dique grande se ve el río, vasto, desierto, inmóvil y silencioso: antes que un río parece un cementerio de aguas muertas.
Don Camilo se encaminaba al dique grande con un pañolón blanco metido entre el sombrero y el cráneo, a la una y media de una tarde de agosto, y viéndolo así bajo el sol, en medio de la blanca carretera, no hubiera podido imaginarse nada más negro ni más clerical,"Si en este momento existe en el radio de veinte kilómetros uno solo que no duerma, me dejo cortar la cabeza" – dijo para sí don Camilo.
Saltó el dique y fue a sentarse a la sombra de un montecillo de aromos. A través del follaje se veía centellar el agua. Se desvistió, dobló cuidadosamente las ropas y haciendo de ellas un atado lo ocultó entre las hojas de un arbusto. Luego se metió en el río en calzoncillos.
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