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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

25 de mayo de 2009

25 de Mayo, Festividad de San Gregorio VII, Papa y Confesor






abía logrado la Iglesia, en su primera época, el triunfo de su existencia con persecuciones sangrientas y con la inconmovible constancia de sus mártires. Echó de sí, más tarde, los enemigos internos que la enturbiaban, y veía correr por todos los cauces su doctrina santa, que asimiló y educó a los bárbaros hasta formar con ellos las grandes naciones cristianas. Pero cuando, a lo largo de la Edad Media, se propuso impregnar de espíritu cristiano toda la vida pública y privada, un gran obstáculo le salió al paso: el de no haber sido todavía establecidas las relaciones, por Dios ordenadas, entre la potestad civil y la eclesiástica; el de hallarse la Cabeza de la Iglesia, el Vicario de Cristo en la tierra, en peligrosa dependencia del Estado, del señor temporal.

El santoral nos presenta en la fecha de hoy al coloso que removió tamaña dificultad, al gran artífice en la empresa de la independencia de la Iglesia del Estado: Hildebrando, llamado más tarde San Gregorio VII.

Nació en Soana, provincia de Siena, hacia el año 1020. Su padre, Bonizo o Bonizone, era hombre, al parecer, de condición humilde. Carpintero, según unos; según otros, cabrero. Hildebrando, pequeño de estatura y grácil de constitución, fue educado en la disciplina eclesiástica, desde su niñez, en el monasterio de Santa María, en el Aventino (Roma), donde hizo grandes progresos en la ciencia y en la virtud, hasta el punto de que Juan Graziano (posteriormente papa Gregorio VI) llegó a decir que nunca había conocido una inteligencia igual; y de que el emperador Enrique III manifestó, cuando le oyó predicar, siendo joven todavía, que ninguna palabra le había conmovido como aquélla.

De regreso a Roma, después de algún tiempo de estancia en Francia, mereció la plena confianza de los papas. Fue el sabio y prudente consejero de cinco pontífices consecutivos y tomó parte en decisivas actuaciones de la Iglesia empeñada en la reforma, como la reunión del concilio de Lyón (Francia) para deponer a varios obispos simoníacos, la presidencia del concilio de Tours, en que Berengario abjuró de sus errores, y la legación en Ratisbona, con el fin de que la corte de Germania aprobara la elección de Esteban IX.

Durante veinticinco años rehusó aceptar personalmente el Pontificado: pero, a la muerte de Alejandro II, hubo de someterse a la Providencia, que le deparaba la suprema dignidad. Presidiendo, como arcediano que era, los funerales, quedó atónito cuando la multitud —clero y pueblo— prorrumpió en un grito unánime: "¡Hildebrando, Papa!" Se precipitó hacia el ambón para neutralizar las aclamaciones; pero llegó antes Hugo el Blanco, cuyo panegírico sobre Hildebrando fue rubricado por cardenales, obispos, sacerdotes y clérigos, que pronunciaron con entusiasmo la consabida fórmula: "¡San Pedro ha escogido Papa a Hildebrando". El pueblo se apoderó de él, casi a la fuerza, y lo entronizó. Por prudente medida de paz y buen gobierno —y entonces por última vez— se dio aviso a la corte imperial, al objeto de recabar su aprobación. Ordenado primeramente de presbítero —pues no era más que diácono—, fue consagrado el 30 de junio de 1073, a los cincuenta años de edad, llamándose Gregorio VII.
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Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen del Papa Santo, que se opuso a los poderosos de la Tierra, a costa de persecusión y aún de su propia vida. Arquetipo de Papa.

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