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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

28 de mayo de 2009

El Comunismo en la Revolución Anticristiana (5)







Por el R.P. Julio Meinvielle



CAPÍTULO IV


LA CIUDAD CATOLICA, UNICA SOLUCION CONTRA EL COMUNISMO Y CONTRA EL ACTUAL DESGARRAMIENTO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS





o sabemos dónde irá a desembocar esta encrucijada de la historia que vive el mundo actual. Tampoco hemos de estar muy solícitos por saberlo. Ello pertenece a los designios inescrutables del Creador. Pero si el comunismo es obra y etapa de la Revolución Anticristiana, peor que el mismo comunismo es la Revolución Anticristiana, que produce estos frutos mortíferos del naturalismo, del liberalismo, del socialismo y comunismo, que lo invade y lo penetra todo. Esta revolución es una totalidad que quiere destruir totalmente al hombre cristiano.

Si es una totalidad, hay que oponerle otra totalidad. Hay quienes quieren curar los males de la sociedad contemporánea con recetas incompletas cuya eficacia alimentan en su propia imaginación. Unos, recetas puramente religiosas; otros, políticas; quienes, sociológicas o económicas. Y aun, en cada uno de estos sectores de la actividad humana, tienen a su vez el secreto mágico que va a poner remedio a todos los males. Y así los que ponen sus esperanzas en lo económico piensan, por ejemplo, en la participación de los obreros en las empresas o simplemente en la propiedad comunitaria (1).

No es necesario explicar que la realidad es compleja y es sobre todo una totalidad que está determinada por causas y encierra elementos que son en general humanos, y por lo mismo religiosos, políticos y económicos.

La Iglesia tiene un programa para el hombre de hoy. Este programa, que es religioso-cívico, lo viene enunciando en forma coherente desde el pontificado de León XIII, y Pío XII ha sido su magnífico expositor.

Para comprender el programa religioso-cívico que la Iglesia propone al hombre contemporáneo como solución de los males que le aquejan y aun de otros que le amenazan, tengamos bien presente el carácter de la sociedad en que vivimos. Porque a pesar de la degradación deletérea de la Revolución Anticristiana, los cimientos de nuestra civilización occidental han sido construidos sobre la base de la Europa cristiana, la cual, a su vez, ha recogido lo mejor de la civilización grecorromana e incluso del mundo germánico, bajo la inspiración de la Iglesia.

Tenemos un patrimonio que conservar. El concepto de Dios trascendente, de Cristo y de la Iglesia; el concepto del hombre, de la familia y de la sociedad; el concepto del derecho y de la propiedadson otros tantos pilares firmes, que, a pesar de una acción corrosiva, se conservan fundamentalmente incólumes. Además, que estos conceptos de la vida occidental perseveran en instituciones todavía sanas en su fundamento, heredadas de la Europa cristiana.

La Iglesia no renuncia ni a la idea de “civilización cristiana” que, como hemos visto, se identifica con la de “Ciudad Católica”, ni a la de la “Europa cristiana”. San Pío X afirma taxativamente: “La Iglesia, al predicar a Cristo crucificado, escándalo y locura a los ojos del mundo, vino a ser la primera inspiradora y fautora de la civilización, y la difundió doquier que predicaron sus Apóstoles, conservando y perfeccionando los buenos elementos de las antiguas civilizaciones paganas, arrancando a la barbarie y adiestrando para la vida civil los nuevos pueblos, que se guarecían al amparo de su seno maternal, y dando a toda la sociedad, aunque poco a poco, pero con pasos seguros y siempre progresivos, aquel sello tan realzado que conserva universalmente hasta el día de hoy”. Y añade a continuación: “La civilización del mundo es civilización cristiana: tanto es más valedera, durable y fecunda en preciosos frutos, cuanto es más genuinamente cristiana; tanto más declina, con daño inmenso del bienestar social, cuanto más se sustrae a la idea cristiana”.
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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias.
¡Es precioso!
¡Dios nos ampare!