Por Juan Manuel de Prada
Tomado de ABC
A nos rebelábamos hace tiempo contra quienes afirman que Bibiana Aído es imbécil; y lo hacíamos acudiendo a la etimología de la palabra «imbécil», que viene de báculo. Para algunos etimólogos, imbécil sería aquella persona que camina sin báculo, es decir, alguien que aún no ha alcanzado la sabiduría, que según los antiguos era conquista propia de la madurez; para otros, por el contrario, imbécil sería más bien la persona tan debilitada y senil que necesita apoyarse en un báculo. Un pensamiento imbécil sería el que, por inmadurez, anda sin ayuda de báculo; o bien el que, por senilidad, necesita andar con báculo para afirmarse. Pero el pensamiento de Bibiana no es imbécil porque ni siquiera anda; el pensamiento de Bibiana no se ha puesto todavía en pie, es un pensamiento abyecto (de iactus, participio pasado de iacere) que repta, que se arrastra por el suelo, ignorante de su condición humana.
Gregorio Salvador también recurría el otro día a las etimologías para explicarle a Bibiana que un feto es un ser humano, aunque sospecho que irle a Bibiana con etimologías es como si a un caracol le vas con logaritmos neperianos. Es «ser» porque existe; y «humano» por proceder del hombre «y no del mono o del caballo», afirmaba Salvador; y añadía, con delicioso sarcasmo, que «esto no quita para que cuando crezca se vuelva inhumano, con comportamientos impropios de la condición humana». Pues, en efecto, nunca es tarde para ponerse a reptar, como hace el pensamiento de Bibiana. Una de las características distintivas del pensamiento reptante o bestial es su incapacidad para razonar juiciosamente; y su propensión a sustituir el razonamiento por la consigna mecánica y fuera de juicio. Otra característica distintiva del pensamiento reptante o bestial es su alergia al lenguaje, que es racional (como demuestran las etimologías) y amigo de la verdad; y su propensión a sustituirlo por lo que Orwell denominaba «neolengua», un instrumento verbal de dominio, enemigo de la verdad, que desnaturaliza las palabras y las sustituye por eufemismos o circunloquios asépticos. Muestras de esta «neolengua» las hallamos por doquier en las consignas reptantes de los proabortistas: «interrupción voluntaria del embarazo» (o su acrónimo IVE), «salud reproductiva», «derecho a decidir» y demás morrallona lingüística. Y es que cuando las palabras se retuercen como alambiques es porque tienen miedo a nombrar lo que por su naturaleza es odioso y bestial; esto es, inhumano.
El pensamiento reptante de Bibiana entró en cortocircuito cuando le preguntaron si un feto de trece semanas es un «ser humano». Aquí Bibiana podría haber probado a repetir las definiciones que sobre el feto ha elaborado el movimiento abortista. Podría haber dicho, por ejemplo, como los firmantes de un manifiesto publicado por la revista Le Nouvel Observateur en 1971, que el feto es «una especie de tumor en el vientre de la madre»; o como escribía Christopher Hitchens en The Nation, una «protuberancia», una «excrecencia amputable»; o podría haber acudido a la autoridad suprema del Marqués de Sade y llamar al feto una «materia» de la que la mujer «puede purgarse», un «pedazo de carne del que la mujer es dueña, igual que lo somos de las uñas que cortamos de nuestros dedos o de los productos de la digestión que evacuamos de nuestras vísceras». También, en fin, podría haberse puesto más primaveral y decir que el feto es un «brote verde» al que le metemos podadera, como hace su jefe de filas con los presuntos brotes verdes de la economía, metiéndoles la podadera de la fabricación de parados. Si cuando metes la podadera en los brotes verdes de la economía dejas de ver en los parados seres humanos y los conviertes en cifras, ¿por qué no va a poder hacerse lo mismo si la metes en los brotes verdes del útero? El pensamiento reptante puede permitirse estas alegrías.
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