En tiempos de San Félix salieron del infierno herejes para hacer guerra a la Iglesia Católica, Paulo Samosateno de Antioquía, sirio de nación, y Manés, persa, caudillo y autor de la secta de los Maniqueos, que duró y afligió tantos años a la Iglesia del Señor. Pero Félix se opuso valerosamente a ellos y escribió una carta maravillosa a Máximo, obispo de Alejandría, de la divinidad y humanidad del Hijo de Dios y de las dos naturalezas distintas en una persona, en la cual gravemente confuta los errores de Paulo Samosateno y de Sabelio; y de esta epístola se hace mención en el Concilio Calcedonense, y San Cirilo Alejandrino la cita, y se vale de la autoridad de ella contra los herejes.
Ordenó que nadie osase celebrar, sino sólo los sacerdotes; que la Misa no se pudiese decir fuera del templo, ni en otro lugar, sin grandísima necesidad; lo cual establecieron también otros Papas y Concilios, juzgando ser menos inconveniente no oír Misa, que oírla en lugar profano e indecente.
Determinó que si acaso se dudase de si alguna Iglesia estaba consagrada o no, que en tal duda se pudiese tornar a consagrar; pues no se puede decir que se torna a hacer lo que no se sabe de cierto haberse hecho una vez. Hizo decreto que se celebrasen Misas en honor y memoria de los Mártires, como hasta entonces se había usado en la Iglesia, aunque no había decretos de ello. Su martirio fue en el año del Señor 274. Su santo cuerpo fue sepultado en la Vía Aurelia, dos millas de Roma, en un cementerio
San Fernando III de Castilla y de León (1198-1252)
por José M.ª Sánchez de Muniáin
an Fernando (1198? - 1252) es, sin hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.
A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el fracaso.
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El mismo día,
Notas sobre Santa Juana de Arco
Gianni Valente
«Desde que el querido Péguy se fue hacia su final -uno, dos- golpeando las suelas de sus enormes zapatos contra el suelo -uno, dos- con el pañuelo de cuadros en la nuca -uno, dos- en la polvareda veraniega... quisiéramos que Juana de Arco perteneciera solo a los niños». Acertaba George Bernanos cuando sugería que sólo la mirada de los niños, como la que poseía el poeta de Orleáns, Charles Péguy, podía comprender la historia de la «pequeña heroína que un día pasó con desenvoltura de la hoguera de la Inquisición al paraíso, ante las narices de cincuenta teólogos». Todo el cristianismo puede convertirse en pasado muerto, pretexto e instrumento de chantajes y luchas de poder, si en el tronco endurecido de la historia cristiana no florece un nuevo brote, si un gesto nuevo del Señor no suscita hoy la esperanza, como ocurrió en los primeros pescadores que lo encontraron en el lago de Galilea.
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