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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

24 de julio de 2009

El apóstol Santiago y el mundo hispano


Se republica este artículo en las vísperas de la Festividad de Santiago el Mayor, Patrono de las Españas.




Principales fragmentos del estudio publicado en Buenos Aires por Don Zacarías de Vizcarra, honra de nuestro sacerdocio, para animar, durante las presentes tribulaciones, a los católicos españoles, con la visión de las pasadas misiones y de los destinos futuros de España y de la Hispanidad.

Tomado de Acción Española
Madrid, 1 de agosto de 1932
tomo III, número 16, páginas 385-400



as angustias presentes nos obligan a levantar nuestros ojos y nuestros corazones hacia la gran figura de Santiago el Mayor, Padre, Fundador y Patrono celestial de la Iglesia Española, en busca de aliento, consuelo, protección y esperanzas.

Nuestro Apóstol, en el breve espacio de los nueve años que transcurrieron entre la muerte de Jesucristo (año 33) y su martirio en Jerusalén (año 42), supo hacer honor al sobrenombre que le había puesto su Divino Maestro, cuando le denominó «Hijo del Trueno».

Caballero andante de Cristo, se alejó de la Palestina y de las regiones colindantes, mucho antes que ningún otro Apóstol, y, en una correría evangélica tan rápida como arrolladora, llegó hasta el confín del mundo entonces conocido, recorrió a lo largo y a lo ancho la Península Ibérica, y fundó en ella la Iglesia Española, que había de ser a su vez, con el tiempo, Madre fecunda de otras veinte Iglesias, en mundos desconocidos de América y Oceanía.

Terminada esta gran obra, retornó a la Palestina, cuando aún no se habían alejado de ella los demás Apóstoles, y comenzó a predicar públicamente, en Jerusalén, la doctrina de su Maestro, con tal brío y elocuencia, que mereció ser sacrificado por Herodes Agripa, como se narra en el sagrado libro de los Hechos de los Apóstoles (XII, 2), por haberse concentrado en su persona el odio de los judíos contra los discípulos de Cristo.

Fue el primer Apóstol que selló con su sangre el Evangelio, entregando su cuello a la espada. Es también el que ha dado a la Iglesia Romana mayor número de hijos espirituales, en las veinte naciones por las que se extendió y consolidó la Iglesia española, fundada por él.
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