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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

4 de agosto de 2009

Prólogo a El Estado Nuevo, de Víctor Pradera





por D. José María Pemán




Tomado de Obras Completas de Víctor Pradera,
T I, págs. 64-66
Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1945









ocos hombres cumplieron, como Víctor Pradera, de un modo tan íntegro y total, la función para la que parecían colocados en la vida. Dios le había destinado indudablemente, como en general a la Comunión Tradicionalista de España, para una misión de conservación y traslado del tesoro tradicional patrio, al través de unos tiempos de deserción y olvido. El fue, con los Nocedales, Menéndez y Pelayo, Aparisi, Mella, una de las piedras fundamentales de ese vado por el que la Tradición logró pasar el río del Siglo revolucionario y llegar a esta orilla donde ahora se remoza y solea.


Víctor Pradera adecuó su espíritu de un modo pleno y sumiso a esa misión, que como era de conservación y custodia con vistas a eficacias futuras y no de momento, requería integridades inflexibles, y no acomodaciones y contemplaciones. Para el cumplimiento de su misión le bastó a Víctor Pradera poner toda su pasión en la Verdad íntegra, plena y rectilínea, sin la más leve lima ni redondeo en la acritud de sus aristas. Como no pensaba encajarla, de momento, en el convencionalismo de la vida activa y ordinaria, no tenia por qué aminorar su tamaño ni recortar sus perfiles. Asi como él la concebía, la adoraba, en toda su magnitud, encajaba perfectamente en el espacio puro del pensamiento, único sitio donde, como en un sagrario, la tenía él puesta, en espera de que le limpiaran y barrieran el altar de la Patria para que fuera digno de que la trasladaran a él.


Para Víctor Pradera no existía más que una forma de honradez mental, de caballerosidad intelectual, que era la Lógica. Rendía a la Lógica un culto semejante al que se rinde al honor. Quebrarla, torcerla, paliarla simplemente, le parecía traición mental. Yo le recuerdo en un bánquete de Acción Expañola, en San Sebastian, en plena República intransigente y persecutoria. El delegado de la Autoridad, antes de comenzar el banquete, nos había pedido a los oradores moderación y prudencia. El la había prometido de muy buena fe. Luego, llegada la hora, se había puesto a brindar, como él sólo sabia hacerlo, construyendo ciclópeamente, a manotazos sobre el mantel, un inflexible encadenamiento de ideas lógicas, que iban naturalmente a desembocar en la unidad católica, en el Rey y en el golpe de Fuerza. Ya iba por esas alturas de su oración, congestiva la cara, hinchada la vena de la frente, cuando comenzaron a funcionar los teléfonos, y el delegado, de orden del Gobernador civil, trató de suspender los discursos. Recuerdo el asombro casi ingenuo con que Pradera recibió la orden y la casi aniñada seriedad con que replicó al delegado :

—Pero ¿no era lógico cuanto yo iba diciendo?
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