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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

4 de agosto de 2009

Sobre la democracia





por el R.P. Leonardo Castellani, S.J.

Tomado del Blog de Cabildo


ndalecio Prieto una vez escribió en “La Razón”: “La soberanía del Estado radica en sus órganos constitucionales; y el modo de ejercerla lo indica el pueblo en las urnas”. Este dogma de la herejía liberal va derechamente contra el principio católico de la filosofía política: “La soberanía del Estado viene de Dios por medio de la naturaleza humana; y el modo de ejercerla lo indica el pueblo por varios medios posibles, más o menos perfectos, de los cuales el más imperfecto son las urnas”.

El error de Indalecio Prieto se llama democratismo, es hijo de la herejía liberal y es un peligroso estribillo(slogan) de nuestro tiempo, y la más poderosa de las armas de la “Ciudad del Hombre”. Quiere substituir con un papel, quizá amañado por ideólogos, y con una urna, quizá cargada por vivillos, las grandes raíces naturales y providenciales del poder. Es el absurdo del democratismo, que engulle en grandes dosis la tragadera del ignorante de hoy.

Suárez enseña, y con él Santo Tomás, San Agustín y toda la tradición cristiana hasta los apóstoles, que la autoridad baja de Dios, desde el momento que la naturaleza humana es forzosamente societaria y no puede existir sociedad sin autoridad; pero, que el depositario de esa autoridad no es directamente el rey sólo, sino todo el cuerpo social organizado, con el rey incluso; pues la naturaleza humana está en todos los hombres y no sólo en el rey (…)

Pueden darse pueblos tan carentes de virtud y tan desordenados, dice San Agustín, que por lo menos transitoriamente necesitan para ser reducidos a orden racional, alguna manera de despotismo, no cruel como el del tirano, sino severamente amante como el de la madre con el niño chiquito, o el despotismo del padre con el hijo enfermo y frenético.

Esta sana doctrina, corrompida por la filosofía protestante y después por la pasión libertaria de Rousseau, hasta convertirse en el democratismo contemporáneo —en el derecho de la rebelión continua, en la falsa representación del pueblo y en la mojiganga de las elecciones con fraude—, constituye otra historia.

Nota: Estos textos han sido tomado de su libro “Sentencias y aforismos políticos: Aportes al diálogo político”.


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