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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

30 de septiembre de 2008

De cómo una moto, un chancho, una novela de Jaques Perret y la Santa Iglesia Católica me explicaron a mi padre.


Pequeña biografía de D. Rubén Calderón Bouchet (y que conste que con el D., le hago mayor homenaje que con las iniciales de sus títulos académicos).

por Dardo Juan Calderón (hijo del biografiado)

Tomado de ARGENTINIDAD



En tren de responder a la solicitud de trazar una breve biografía de mi padre, y dado que él se ha negado en toda ocasión a escribir unas pequeñas memorias, permítaseme intentar la tarea con lo que queda en mis recuerdos -probablemente traicionados por mi imaginación- y con algunos mínimos párrafos que creo descubrir autobiográficos en "El último señor de Geronce y otras ficciones", adelantando que el presente se aleja en el estilo del género requerido para ser, sin más pretensión, una evocación muy personal con una cronología no muy exacta. Y una segunda advertencia; como todo homenaje que se realiza sobre un hombre de carne y hueso consiste más en el buen arte de ocultar que en el de resaltar, es necesario precisar que lo mío no constituye un homenaje -aunque ningún prurito guardo con el viril ejercicio de la admiración que todo autor contrarrevolucionario se merece en estos tiempos cobardes- y por tanto muestra al hombre tal cual fue para mí, sin ocultación de ninguna especie.


Y por ello voy a comenzar con un paseo en moto. Una flamante moto Douglas tres cincuenta del cuarenta y dos, de dos cilindros opuestos, que con ruido a una loca máquina de coser, levantaba setenta a la hora por los polvorientos caminos mendocinos y que, en la ocasión, llevaba a mi padre en el asiento trasero. El otoño de esta tierra trae junto a la belleza de los álamos amarillos y ocre, una danza sin fin de pelusas que reflejan el sol como las estrellas y que crean en pleno día un ambiente al sepia de lo más ensoñador … y que por otra parte, impiden ver y obligan a escupir e insultar, lo que sumado probablemente a la conversación necesariamente estridente por encima del ruido del motor, les hizo imposible apercibirse del enorme chancho que cruzaba el carril. El golpe fue inevitable. Moto y chancho salieron derrapando de costado, chillando y girando histéricamente para restar nerviosos y gruñentes entre las malezas de las acequias. Uno a cada lado. El piloto dio de panza contra el enripiado mientras papá, largo y delgado, salía despedido en virtud del principio de palanca para un vuelo fantástico cuya duración no es posible medir en el tiempo de los hombres de negocios. En distintas cenas familiares disfruté el relato de aquel vuelo que con el correr de los días, se iba haciendo cada vez más extenso, describiendo al pasar, techos, corrales, viñas… breves historias de personas y probablemente al final, épocas… hasta dar en el barro de un chiquero del que se levantó como nada, limpiándose los anteojos con los índices en gancho y mirando sorprendido con sus ojos miopes y el gesto de su boca en herradura.

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