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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

1 de octubre de 2008

Cambio de sexo



por Juan Manuel de Prada


Cada vez que un transexual acapara esos quince minutos de gloria a los que hoy aspira cualquier hijo de vecino es por motivos frívolos o directamente rocambolescos. El último episodio de efímera celebridad gremial lo ha protagonizado un cabo de la Armada al que se le ha abierto expediente de incapacidad física, después de que empezara a tomar hormonas, para favorecer su metamorfosis. No es la intención de este artículo discutir si el cabo transexual debe o no ser declarado «inútil» por los facultativos que lo han sometido a examen médico. Quizá la llamada -en acertada acuñación de Fernando Rodríguez Lafuente- «modernidad de casino» pueda enzarzarse en debates tan chuscos. Pero basta que imaginemos un ejército formado por transexuales para que entendamos que dicha posibilidad, demasiado caricaturesca, sólo puede ser defendida por quienes anhelan secretamente la destrucción del ejército.
Pero escribí antes que no quería terciar en un asunto que sólo admite una lectura esperpéntica. Más interesante me parece establecer la naturaleza de las operaciones de cambio de sexo. ¿Son un remedio terapéutico o una atrocidad quirúrgica? Conocida es de las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan mi opinión sobre la cirugía estética, que considero una variante del delito de lesiones, perpetrada para más inri con el consentimiento de la víctima; un consentimiento, habría que matizar, forzado por inescrutables traumas o complejos. Pero, aun suponiendo que dicho consentimiento fuese emitido libremente, la naturaleza delictiva de estas operaciones me parece igualmente incuestionable. A fin de cuentas, ¿qué diferencia existe entre la amputación (consentida) de un dedo meñique y la implantación de una prótesis? ¿No son ambas mutilaciones? ¿O es que, antes de dictaminar el carácter delictivo de una lesión, hemos de establecer si posee un carácter «estético»? No creo que la licitud o ilicitud de una conducta puedan determinarla razones tan banales: para mí, inflar tetas de silicona constituye un delito de lesiones, exactamente igual que amputar dedos.
Por supuesto, considero las operaciones de cambio de sexo como la más grave modalidad del delito de lesiones. Aquí el cirujano ya no se limita a satisfacer una petición que nace de la debilidad de carácter (extirpar un grano o eliminar unos michelines), sino que se aprovecha de los trastornos de personalidad de su víctima, infligiéndole daños irreparables y condenándola, además, a la marginación. Porque -seamos sinceros- todos sabemos que el destino de un transexual, salvo que Pedro Almodóvar lo incorpore al reparto de su próxima película, es poco benigno. Con un poco de suerte, quizá consiga ingresar en alguna troupe de artistas nómadas, o figurar en el elenco de un programa televisivo especializado en la recolección de freaks; pero el decurso del tiempo suele dictarle una misma sentencia de sordidez y ostracismo social. Los modernos de casino podrán disfrazar su defensa de estas operaciones con ropajes de un humanitarismo postizo y «tolerante»; pero no podrán fingir que ignoran dicha sentencia.
Si nos restase una pizca de piedad, nos avergonzaría que personas con trastornos de identidad sexual sean convertidos en mutantes de quirófano con la misma facilidad con que uno se alivia de la melena en la barbería. ¿Desde cuándo las enfermedades del alma se curan con un bisturí? Pero esta atroz profanación del hombre no encontraría respaldo sin el fermento de una sociedad capaz de abjurar de unas mínimas convicciones de humanidad antes que ser motejada de retrógrada o cavernícola. ¡Y yo que pensaba que las cavernas se hallaban allí donde se permite el expolio del hombre, la vejación de su vida y su dignidad!
Tomado de ABC.es (15/11/2003)

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