por el R.P. Jaime Balmes
Enviado por María Luz López Pérez, desde la España Peninsular, a la que una vez más agradecemos su colaboración.
Carta III Cartas a un escéptico en materia de religión
Jaime Balmes
Sencilla demostración de la existencia de Dios. Eternidad de las penas del infierno.
Errado método que suelen seguir en las disputas los enemigos de la religión. Método que debiera observarse. Dogma de la Iglesia sobre la eternidad de las penas. La misericordia no excluye la justicia. El sentimiento. Abuso que de él se hace. Reflexión sobre su influencia en los errores de nuestra época. Aplicación al dogma de la eternidad de las penas. Razones naturales que apoyan al dogma. Imposibilidad de comprender los misterios. Nuestra ignorancia hasta en las cosas naturales. La duración eterna y la temporal. El purgatorio. Observaciones sobre un carácter distintivo del hombre en esta vida con respecto a las cosas futuras. Necesidad de una impresión aterradora. La explicación filosófica. Los frailes y los poetas. Magnífico pasaje de Virgilio.
Mi querido amigo: Cuando, según me indica V. en su última, veo que llegaremos a entablar una seria disputa sobre materias religiosas, me ha llenado de indecible consuelo la seguridad que me da V. de no haber llegado su extravío al extremo de poner en duda la existencia de Dios: esto allana sobremanera el camino a la discusión, pues que no es posible dar en ella un solo paso sin estar de acuerdo sobre esta verdad fundamental. Y no sin motivo he querido cerciorarme de las ideas que sobre este particular profesaba usted; pues que nunca podré olvidar lo que me sucedió con otro escéptico, de quien sospechando yo si tal vez hasta ponía en duda la existencia de Dios, o si al menos no la concebía tal como es menester, y dirigiéndole en consecuencia algunas preguntas, me salió con una extraña ocurrencia, que fuera chistosa, a no ser sacrílega. Advirtiéndole yo que ante toda discusión era necesario estar los dos de acuerdo sobre este punto, me respondió con la mayor serenidad que imaginarse pueda: «me parece que podemos pasar adelante; porque opino que es de poca importancia el aclarar si Dios es una cosa distinta de la naturaleza, o si es la misma naturaleza».¡A tanto llega la confusión de ideas trastornadas por la impiedad, y este hombre, por otra parte, era de más que mediana instrucción, y de ingenio muy despejado!
Desde luego le doy a V. mil satisfacciones por haberme atrevido a indicarle mis recelos en este punto, bien que difícilmente me arrepiento de semejante conducta, porque cuando menos ha producido un gran bien, cual es, el que V. se explica sobre este particular de tal modo, que, revelando mucho buen sentido, me hace concebir grandes esperanzas de que no serán estériles mis esfuerzos. Una y mil veces he leído aquellas juiciosas palabras de su apreciada, en las que expone el punto de vista desde el cual considera esta importante verdad. Permítame V. que se las reproduzca en la mía, y que le recomiende encarecidamente que no las olvide jamás. «Nunca me he devanado mucho los sesos en buscar pruebas de la existencia de Dios; la historia, la física, la metafísica, servirán para esta demostración todo lo que se quiera; pero yo confieso ingenuamente que para mi convicción no he menester tanto aparato científico. Saco la muestra de mi faltriquera, y al contemplar su curioso mecanismo y su ordenado movimiento, nadie sería capaz de persuadirme de que todo aquello se ha hecho por casualidad, sin la inteligencia y el trabajo de un artífice: el universo vale, a no dudarlo, algo más que mi muestra; alguien, pues, debe de haber que lo haya fabricado. Los ateos me hablan de casualidad, de combinaciones de átomos, de naturaleza, y de qué sé yo cuántas cosas; pero, sea dicho con perdón de estos señores, todas estas palabras carecen de sentido.» Nada tengo que advertir a quien con tanto pulso aprecia el valor de los dos sistemas; estas palabras tan sencillas como profundas, las estimo yo en más que un tomo lleno de razones.
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