Por Carlos Alberto Sacheri
Definir en el corto tiempo de una exposición qué es el marxismo es parte fácil y en parte difícil. El marxismo doctrinariamente hablando es una doctrina simple, simplista. Es un monismo filosófico de signo materialista. De ahí que la primera caracterización que hagamos del marxismo es la de un materialismo dialéctico e histórico. Lo primero a retener es que el marxismo no es una doctrina como cualquier otra doctrina. No es una mera “teoría”. Como lo dicen coherentemente desde el mismo Marx hasta el actualísimo Mao es una “guía para la acción”. La teoría marxista no tiene ningún sentido en sí misma en cuanto mera teoría. Es un esquema de acción, más aún un esquema de la acción o praxis revolucionaria. Uno de los caracteres más negativos del marxismo, y más negador de lo mejor de la tradición cultural del occidente greco-latino y cristiano, es, precisamente, esa supremacía permanente de la acción sobre el pensamiento, de la praxis sobre la teoría. El marxismo desprecia la teoría como tal. Es una actitud vital, una actitud ciega (por las razones que veremos), surgida en la acción por la acción misma.
En primer lugar, entonces, consideremos el marxismo en cuanto esquema materialista. En la historia de occidente ha habido muchas doctrinas materialistas a lo largo de 25 siglos. Pero Marx y Engels despreciaron en repetidos textos a todos los materialistas anteriores, calificándolos de materialistas ingenuos.
Ellos se presentan como los postuladores del único y verdadero materialismo científico (sobre todo Marx, no habla nunca del materialismo dialéctico). Siempre hablan de materialismo científico, es decir, de un materialismo fundado, según ellos, en las últimas conclusiones de las ciencias positivas, que tanto auge comenzaron a cobrar en la primera mitad del siglo XIX. Este anhelo era bastante lógico, y merece cierto aplauso; sin embargo, la elaboración teórica del materialismo dialéctico se resiente del positivismo que caracterizó el clima científico y cultural del siglo pasado (XIX), sobre todo en lo que hace a las ciencias sociales, tanto a la sociología de Augusto Comte, como a la antropología cultural de Morgan y otros autores.
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Definir en el corto tiempo de una exposición qué es el marxismo es parte fácil y en parte difícil. El marxismo doctrinariamente hablando es una doctrina simple, simplista. Es un monismo filosófico de signo materialista. De ahí que la primera caracterización que hagamos del marxismo es la de un materialismo dialéctico e histórico. Lo primero a retener es que el marxismo no es una doctrina como cualquier otra doctrina. No es una mera “teoría”. Como lo dicen coherentemente desde el mismo Marx hasta el actualísimo Mao es una “guía para la acción”. La teoría marxista no tiene ningún sentido en sí misma en cuanto mera teoría. Es un esquema de acción, más aún un esquema de la acción o praxis revolucionaria. Uno de los caracteres más negativos del marxismo, y más negador de lo mejor de la tradición cultural del occidente greco-latino y cristiano, es, precisamente, esa supremacía permanente de la acción sobre el pensamiento, de la praxis sobre la teoría. El marxismo desprecia la teoría como tal. Es una actitud vital, una actitud ciega (por las razones que veremos), surgida en la acción por la acción misma.
En primer lugar, entonces, consideremos el marxismo en cuanto esquema materialista. En la historia de occidente ha habido muchas doctrinas materialistas a lo largo de 25 siglos. Pero Marx y Engels despreciaron en repetidos textos a todos los materialistas anteriores, calificándolos de materialistas ingenuos.
Ellos se presentan como los postuladores del único y verdadero materialismo científico (sobre todo Marx, no habla nunca del materialismo dialéctico). Siempre hablan de materialismo científico, es decir, de un materialismo fundado, según ellos, en las últimas conclusiones de las ciencias positivas, que tanto auge comenzaron a cobrar en la primera mitad del siglo XIX. Este anhelo era bastante lógico, y merece cierto aplauso; sin embargo, la elaboración teórica del materialismo dialéctico se resiente del positivismo que caracterizó el clima científico y cultural del siglo pasado (XIX), sobre todo en lo que hace a las ciencias sociales, tanto a la sociología de Augusto Comte, como a la antropología cultural de Morgan y otros autores.
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