Enviado por María Luz López Pérez, desde España Peninsular. Gracias una vez más.
por José Lois Estévez.
TEOLOGÍA HOY. El Correo gallego 25 – X - 2004
Un poeta ha escrito: "Hacer más hombre al hombre es el camino y dar con Dios nuestra mayor proeza". La idea desarrollada en estos dos versos puede parecer de una simplicidad monótona, pero propugna la expansión de lo que verdaderamente dignifica al hombre. Pues, y por encima de todo lo único que de verdad nos sublima, haciéndonos superiores a todos los seres de nuestra experiencia, es la demostración científico filosófica de la existencia de Dios.En la Filosofía clásica, se ofrecían seis vías que implicaban esa demostración, aparte de muchas otras pruebas particulares, basadas todas en hechos concretos que se reputaban insostenibles sin la existencia de ese ser supremo. Existían, se afirmaba en el universo, seres contingentes cuya inexistencia era intrascendente para la evolución universal. Podían suprimirse sin que al mundo le ocurriera nada. Un ser contingente -se decía- podría existir o no. Eliminarlo era indiferente al cuadro cósmico. Esto era predicable de todos los seres de nuestra experiencia. No conocíamos ser alguno cuya supresión supusiera la abolición completa del mundo físico. Cuando meditando sobre esto nos preguntábamos si habría algún ser cuya existencia fuera de tal significado que sin él fuera imposible comprender el universo, llamándose por ello el Ser.
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