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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

28 de octubre de 2008

El pensamiento de la Revolución Nacional (2)


por el Dr. Antonio de Oliveira Salazar


CAPITULO I

Condiciones de la reforma financiera
Las primeras palabras dirigidas por el Dr. OHveira Salazar a su País, fueron pronunciadas en el Salón del Consejo de Estado el día 27 de Abril de 1928, al tomar posesión del Mtnistero de Hacienda. Se trata de una alocución muy breve, en que expone los prin­cipios fundamentales de esa restauración financiera de Portugal que despierta hoy la admiración general.

Se pregunta con frecuencia cual es el secreto de esa obra de regeneración, y cómo un presupuesto que durante tanto tiempo se había presentado como ejem­plo de desorden, ha podido ser transformado en un verdadero modelo de presupuesto ordenado.

Este discurso responde cumplidamente a la pregunta y demuestra la sencillez de los remedios aplicados a un mal que parecía incurable.



Dos palabras tan sólo en esta ocasión que ustedes, ilustres compañeros y tantas personas amigas quieren hacer excepcionalmente solemne..

Agradezco al señor Presidente del Consejo (1) el ofrecimiento que me ha hecho, con el acuerdo unánime del Consejo de Ministros, de la cartera de Hacienda, así como las amables palabras que me ha dirigido.

No tiene V. E. que agradecerme que haya aceptado el encargo, porque representa para mi un sacrificio tan grande, que por nadie lo hubiera hecho obedeciendo a móviles de favor o de amistad.

Lo hago por mi País, como un deber de conciencia, fría y serenamente cum­plido. A pesar de todo, no habría tomado sobre mi esta pesada tarea, si no tuviera la seguridad de que mi actuación podría ser al menos útil y que se me daba la seguridad de poder actuar en condiciones de eficacia.

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