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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

31 de octubre de 2008

Los últimos de Filipinas: los héroes de Baler











por José Javier Esparza


Hoy muchos españoles ignoran quiénes fueron los héroes de Baler. Quizá ni siquiera el título de “los últimos de Filipinas” les evoque otra cosa que una vieja película. Pero aquellos hombres, los últimos de Filipinas, escribieron una gesta realmente extraordinaria: casi un año soportaron el asedio del enemigo en una pequeña iglesia de un rincón perdido del archipiélago. Se negaron a creer que España hubiera abandonado las Filipinas y mantuvieron la bandera, frente a un enemigo muy superior, hasta que no les cupo la menor duda de que aquello ya no era suelo español. Una aventura excepcional.

Estamos en Filipinas en 1898. Los norteamericanos han empezado a ejercer de gran potencia: quieren dominar América y controlar el Pacífico. Su primer objetivo será un viejo país europeo, empequeñecido y menesteroso, que sin embargo aún tiene su bandera en aquellos lugares: España. La bandera española ondea en Cuba, en Filipinas y también en Guaján o Guam, en las islas Marianas. Son los restos del viejo imperio. Los yanquis saben de nuestra debilidad. Saben también que, desde algunos años atrás, Cuba y Filipinas viven una fuerte efervescencia antiespañola. En Cuba la guerra viene siendo larga y costosa. En Filipinas no ha sido tan grave: a España no le había costado mucho mantener el orden; los disturbios, aunque serios, se habían limitado al área de la capital, Manila.

No lejos de Manila hay un distrito bastante tranquilo: el del Príncipe. Su capital era Baler, una aldea compuesta por una iglesia, un hospital, la casa del gobernador, los barracones de la tropa (un cabo y cuatro guardias civiles) y las viviendas de los nativos. Aunque Baler, sobre el mapa, está cerca de Manila, en la práctica está muy lejos: rodeada de montañas y aislada por un río, sus comunicaciones con el exterior son dificilísimas. También allí había llegado la guerra. Desde agosto de 1897, el pacífico poblado había sido escenario de enfrentamientos entre los rebeldes tagalos, escondidos en la selva, y las tropas españolas enviadas de refuerzo. La calma volverá cuando el líder independentista, Aguinaldo, sea derrotado. Pero como Baler se ha convertido en un foco de conflicto, España decide reforzar el puesto: así, hacia febrero de 1898 se instalan en Baler 50 hombres al mando de los tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, bajo la autoridad del nuevo gobernador de la plaza, el capitán Enrique de las Morenas. Y en ese momento, cuando parece que la paz ha vuelto a Baler, los yanquis declaran la guerra a España.

El destacamento español de Baler, aislado en aquel lugar, lo ignora todo sobre la guerra con Norteamérica. Bastante tiene el capitán De las Morenas con prevenir nuevas insurrecciones: los tagalos están en la selva, esperando la oportunidad de volver al ataque. Hasta junio no se enteran los de Baler de que están en guerra con los EEUU. Ese mismo mes, los tagalos vuelven a la carga. Un día, el poblado amanece desierto: claro indicio de que va a comenzar el ataque. Los españoles se encierran en la iglesia y cortan toda comunicación con el exterior. Comienza así un asedio que hará historia.

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