Fragmento del libro Europa y la Fe
por Hilaire Belloc
He dicho en el capítulo anterior que la Edad Oscura puede compararse a un largo sueño de Europa; un letargo que se inicia en la fatiga de la vieja sociedad, en el siglo V, y que termina en la primavera y surgimiento de los siglos XI y XII. La metáfora, por supuesto, es muy simple, porque ese sueño fué un sueño de guerra, y durante esos siglos, Europa se encontraba manteniendo desesperadamente sus posiciones contra el ataque de todas aquellas fuerzas que deseaban destruirlas: el Islam, ardiente y refinado, por el Sud; los bárbaros paganos analfabetos, por el Este y por el Norte. De todos modos, Europa fué relevada o despertada de su sueño.
He dicho que tres grandes fuerzas, humanamente hablando, operaron el milagro: la personalidad de San Gregorio VII, la breve aparición -debida a un feliz accidente- del Estado normando, y finalmente, las Cruzadas.
Los normandos de la Historia, los verdaderos normandos franceses que conocemos, se agitan en el panorama histórico una generación después del año 1000. San Gregorio fué de esa misma generación. Cuando se inició el esfuerzo normando, era un joven; murió, después de realizar una gran obra, en 1085. Y en la medida en que puede hacerlo un hombre solo, él, el heredero de Cluny, rehizo a Europa. Inmediatamente después de su muerte se oyó hablar de las Cruzadas. De estos tres hechos procede el vigor de una Europa joven, fresca y renovada.
Mucho más pudiera añadirse. Esa época fué iluminada y clarificada por la constante carga caballeresca contra el musulmán. El Asia fué rechazada de los Pirineos, y a través de los pasos de los Pirineos cabalgaron siempre los grandes aventureros cristianos. Los vascos -un pueblo pequeño y extraño- fueron el corazón de la reconquista, pero el valle del torrente de Aragón fué su canal. La vida de San Gregorio es contemporánea de la vida del Cid Campeador. Y en el mismo año de la muerte de San Gregorio, Toledo, el sagrado centro de España, fue arrancada de manos de los mahometanos y de sus aliados los judíos, y conservada firmemente. Todo el sud de Europa vivió espada en mano.
He dicho que tres grandes fuerzas, humanamente hablando, operaron el milagro: la personalidad de San Gregorio VII, la breve aparición -debida a un feliz accidente- del Estado normando, y finalmente, las Cruzadas.
Los normandos de la Historia, los verdaderos normandos franceses que conocemos, se agitan en el panorama histórico una generación después del año 1000. San Gregorio fué de esa misma generación. Cuando se inició el esfuerzo normando, era un joven; murió, después de realizar una gran obra, en 1085. Y en la medida en que puede hacerlo un hombre solo, él, el heredero de Cluny, rehizo a Europa. Inmediatamente después de su muerte se oyó hablar de las Cruzadas. De estos tres hechos procede el vigor de una Europa joven, fresca y renovada.
Mucho más pudiera añadirse. Esa época fué iluminada y clarificada por la constante carga caballeresca contra el musulmán. El Asia fué rechazada de los Pirineos, y a través de los pasos de los Pirineos cabalgaron siempre los grandes aventureros cristianos. Los vascos -un pueblo pequeño y extraño- fueron el corazón de la reconquista, pero el valle del torrente de Aragón fué su canal. La vida de San Gregorio es contemporánea de la vida del Cid Campeador. Y en el mismo año de la muerte de San Gregorio, Toledo, el sagrado centro de España, fue arrancada de manos de los mahometanos y de sus aliados los judíos, y conservada firmemente. Todo el sud de Europa vivió espada en mano.
En ese preciso instante aparece el romance: las grandes canciones, la mayor de todas, la Canción de Rolando; fermentó entonces la mente europea, anhelante después del letargo, penetrando en campos inexplorados. Y el escepticismo alerta que flanquea y acompaña la marcha de la Fe cuando ésta se muestra más vigorosa comenzó también a hacerse oír.
Hubo hasta una expansión allende los límites orientales, y fué reclamada una parte de la infructífera llanura báltica. Despertaron las letras y la filosofía. Había de aparecer pronte el mayor de sus exponentes: Santo Tomás de Aquino. Brotaron las artes plásticas, el color y la piedra. Retornó en pleno la sátira, y los largos viajes, y la contemplación. En general, el momento era de expectación y adelanto: la primavera.
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Hubo hasta una expansión allende los límites orientales, y fué reclamada una parte de la infructífera llanura báltica. Despertaron las letras y la filosofía. Había de aparecer pronte el mayor de sus exponentes: Santo Tomás de Aquino. Brotaron las artes plásticas, el color y la piedra. Retornó en pleno la sátira, y los largos viajes, y la contemplación. En general, el momento era de expectación y adelanto: la primavera.
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