por Gilbert K. Chesterton
George Moore inició la carrera literaria publicando sus confesiones personales, lo que no tendría nada de malo si no hubiera seguido escribiéndolas el resto de su vida.
Se trata de un hombre de mente genuinamente impetuosa, y de gran dominio sobre un tipo de convicción esquiva y retórica que excita y agrada. Se halla en un estado perpetuo de sinceridad temporal. Ha demostrado su admiración por los excéntricos modernos más admirables, hasta que éstos no han sido capaces de soportarlo más. Hay que admitir sin reservas que todo lo que escribe surge de un poder mental auténtico. El relato en el que expone sus motivos para abandonar la Iglesia católica es tal vez el tributo más admirable a esa confesión que se haya escrito en los últimos años. Pero lo cierto es que la debilidad que han dejado al desnudo los muchos méritos de Moore es, de hecho, esa debilidad que la Iglesia católica combate tan bien.
Moore odia el catolicismo porque éste destruye la casa de espejos en la que vive. A Moore no le disgusta tanto que le pidan que crea en la existencia espiritual de milagros o sacramentos, le disgusta que le pidan que crea en la existencia real de otras personas. Como Pater, su maestro, y los demás estetas, su verdadera batalla con la vida es que ésta no es un sueño que puede ser modelado por quien lo sueña. No es el dogma sobre la realidad del otro mundo lo que le preocupa, es el dogma sobre la realidad de éste.
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