(en todas partes se cuecen habas, el "ejemplo" argentino, ha cundido con creces) El cruzamante
por Juan Manuel de Prada
CÁNDIDO Méndez ha declarado que «ni un fiscal ni nadie» va a poder frenar la «oleada emocional irresistible» provocada por el auto del juez Garzón. La invocación a esa tromba de emociones resume, mejor que cualquier diagnóstico, un estado de cosas en el que el Derecho ha dejado de regir; porque donde triunfan las emociones desatadas, la juridicidad brilla por su ausencia. En honor a la verdad, Cándido Méndez no hace sino apuntarse así a una tradición antijurídica que en su sindicato ha contado con esforzados paladines. Ramón González Peña, destacado ugetista que «participó como dirigente en el golpe de estado contra el gobierno republicano de octubre de 1934» (según se afirma sin empacho en la biografía que nos proporciona la propia página web del sindicato), pronunciaba el 20 de febrero de 1936 un mitin en el que se defendía esta misma «oleada emocional» contra el rigor jurídico: «Para la próxima revolución -reclamaba González Peña-, es necesario que constituyamos unos grupos que yo denomino «de las cuestiones previas». En la formación de esos grupos yo no admitiría a nadie que supiese más de la regla de tres simple, y apartaría de esos grupos a quienes nos dijesen quiénes habían sido Kant, Rousseau y toda ese serie de sabios. Es decir, que esos grupos harían la labor de desmoche, la labor de saneamientos, de quitar las malas hierbas ; y cuando esta labor estuviese realizada, cuando estuviesen bien desinfectados los edificios públicos, sería llegado el momento de entregar las llaves a los juristas». ¡Toma ya Estado de Derecho!
González Peña, promotor de estos «grupos de las cuestiones previas», llegaría a dirigir durante la Guerra Civil la Unión General de Trabajadores, siendo nombrado... ¡Ministro de Justicia! en el segundo gobierno de Negrín. No podía ser menos, pues desde luego su doctrina sobre la «labor de desmoche y saneamientos» sentó cátedra en la justicia republicana; y la revolución se puso las botas a «quitar las malas hierbas». Por supuesto, la UGT desempeñó un papel protagonista en estos «grupos de las cuestiones previas», formando parte de los Comités de Salud Pública y Tribunales Populares que empezaron a actuar a partir de julio de 1936, e incorporando afiliados -presumimos que poco conocedores de «Kant, Rousseau y toda esa serie de sabios»- a las brigadas del amanecer que «saneaban« la población de elementos facciosos: léase, gentes que hubiesen votado a las derechas, católicos practicantes, lectores de ABC y demás ralea fascista. Todo ello a lomos de esa «oleada emocional irresistible» que el auto de Garzón ha resucitado setenta años después; y a la que Cándido Méndez, rindiendo homenaje a la «memoria histórica» de su sindicato, ha corrido gozosamente a subirse, cual surfista en día de asueto, mientras otros sucumben a la oleada del paro, que también es irresistible aunque Cándido Méndez se haga el longui.
Que un sindicato que cuenta con episodios tan turbios a sus espaldas -y cuyos dirigentes se beneficiaron de la misma Ley de Amnistía que ahora Garzón declara parcialmente abolida- se persone cínicamente en un proceso donde la juridicidad brilla por su ausencia provocaría una «oleada de indignación irresistible» en cualquier sociedad sana; pero la española -como escribía el otro día César Alonso de los Ríos- es una sociedad humillada, que no tiene empacho en abandonar a sus padres y abuelos en la fosa común de los criminales contra la Humanidad, mientras el secretario general de un sindicato que se puso las botas a «desmochar y sanear» posa como adalid de una causa noble. Y conste que, entre los afiliados de la UGT, hubo también en aquellos años de emociones desatadas muchos hombres nobles: hombres como, por ejemplo, el responsable del sindicato en la localidad barcelonesa de Castellar del Vall_s, que murió asesinado tras descubrirse que había redactado un aval para intentar salvar la vida del párroco de la misma localidad; que, por cierto, también fue asesinado, por el delito de ser cura. Ese párroco y ese ugetista de Castellar del Vall_s encarnarían, en una sociedad sana, la España que deberíamos recordar y honrar con orgullo; pero las sociedades humilladas y enfermas prefieren entregarse a la «oleada emocional irresistible» de la mistificación y la mentira.
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