Después de la fiesta de Todos los Santos, la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Después de alegrarnos con los "que siguen al Cordero", nuestro pensamiento acompaña a "los que nos precedieron en la señal de la fe y duermen él sueño de la paz". Pensamiento melancólico, no tanto por la muerte cuanto por la inseguridad: ¿están ya en la patria, han de purificarse todavía?
De esta forma el mes de noviembre es un mes eclesial. Las tres iglesias, la del cielo, la del purgatorio y la de la tierra, se unen y compenetran. Esta compenetración la tenemos cada día en la santa misa. Al llegar el canon la Iglesia terrestre se apiña alrededor del celebrante: el Papa, el obispo, el Jefe del Estado, todos los católicos y ortodoxos, después todos los circunstantes, cuya devoción y fe conoce el Señor...
Pero además convocamos y entramos en comunicación con la Iglesia del cielo: la gloriosa Virgen María, los santos apóstoles Pedro y Pablo y todos los santos. Y no falta el recuerdo piadoso para los fieles difuntos "para que a ellos y a todos los que descansan en Cristo les conceda el Señor por nuestros ruegos el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz". Sí, cada misa es una inmensa asamblea, de proporciones tales que trasciende el tiempo y el espacio.
Esa verdad nos la hace más viva la liturgia del mes de noviembre, recalcando un aspecto eclesial bien interesante, que es su finalidad escatológica. La Iglesia de la tierra se compone de caminantes, de "viatores". Somos un pueblo en marcha, como los israelitas en el desierto. Toda la tipología del Éxodo: sacrificio del cordero pascual y liberación de Egipto, tránsito del Mar Rojo, columna de fuego, maná, etc., tiene su realización en los sacramentos, signos sensibles que producen la gracia que representan, sobre todo los dos grandes sacramentos pascuales: Bautismo y Eucaristía. Pero como la peregrinación del desierto, aunque duró cuarenta años, al fin terminó con el ingreso de los hebreos en la tierra prometida, dando paso lo transitorio a lo estable, así los sacramentos, que son también "signos del futuro", desaparecerán cuando lleguemos a la patria, que es el cielo, porque los pétalos de la flor caen cuando ya ha madurado el fruto.
El 1 y el 2 de noviembre nuestro pensamiento se remonta hacia la eternidad, al recuerdo de los santos y de los difuntos; y todavía el 9 y el 18 del mismo mes la liturgia vuelve a insistir en tales ideas con motivo de la dedicación de las iglesias principales de Roma. El mismo templo material es un símbolo de la Iglesia eternal, y los cristianos nos sentimos transportados a la "ciudad santa de Jerusalén", donde no hay llanto, ni clamor, ni gemido, porque todo eso son cosas ya pasadas.
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