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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

3 de noviembre de 2008

Comentarios al libro de Ramiro de Maeztu



Por el Dr. Miguel Ayuso

Tomado de Razón Española





Maeztu, Ramiro de: Defensa de la Hispanidad, ed. Rialp, Madrid, 1998, 344 págs.

No sé si el aluvión de ensayos que sobre «el 98» ha visto el año del centenario del Desastre y de la «generación», habrá servido para contemplar con más rigor cuál sea la situación de nuestras hodiernas cultura y política patrias. Me inclino a pensar que si la coyuntura del fin de siglo pasado produjo una intensa sacudida de la conciencia nacional, tocada por la pasión española y el desconcierto mental, y varada finalmente por éste, la efeméride de este fin de milenio no ha de conocer saldo mejor. Y es que me parece, más autocomplaciente, conformista y acrítica. En este sentido, tengo la impresión de que -si como escribió García Escudero- «1936 fue el precio al que los españoles compramos 1874», siendo como fue 1898 la consecuencia de la Restauración, y habiéndonos embarcado hoy con el entusiasmo en la cancelación de 1936 al tiempo que en la renovación de 1874, nuestra situación no puede sino resentirse de un idéntico desconcierto mental que el de antaño, pero sin que siquiera dispongamos hogaño de aquella pasión española. Todo ello al margen del fracaso del generacionismo y de que, como ha expresado fundadamente Fernández de la Mora a la hora de vérselas con «lo vivo y lo muerto del 98», «no basta con equilibrar las cuentas, también hay que hacer un correcto balance».

Pero entre el bullir de las ediciones y los ensayos críticos nos topamos con lo que, tras el pórtico anterior, no extrañará que califique de lo más vivo del 98: la Defensa de la Hispanidad de Ramiro de Maeztu. La experiencia de su lectura -relectura- en esta cuidada edición a la que Federico Suárez Verdeguer ha puesto un acertado estudio preliminar que presenta la figura del autor en su peripecia vital y destaca los trazos más salientes de la obra, nos devuelve el verdadero rostro de los hechos hispánicos en la historia universal, al tiempo que la necesidad de un proyecto nacional ancorado en la verdad histórica y política. Completando así tanto el personal peregrinar de su autor como -según hemos dicho- el de toda la generación. Por eso, es un libro que no se puede leer sin emoción, ya que signa la reintegración de la tradición española, tanto tiempo abandonada por tantos y descubierta por algunos tras un sin fin de visicitudes. Hasta tal punto lleva esa adhesión a la tradición recién descubierta, que no puede sino evocar en el último recodo, a la búsqueda de un «lema de caballeros», el «Dios, Patria, Fueros y Rey» del carlismo. Una tradición, pues, que lejos de todo chauvinismo o nacionalismo, lleva marcadas a fuego las divisas de hermandad, universalismo y misión. Tersa ejecutoria la del universalismo raigado en lo propio que despunta, aquí y allá por entre las páginas apasionadas de Maeztu. Páginas, además, no lo olvidemos, rubricadas con su sangre.

Permítaseme, para concluir, una referencia que el prologuista hace, y que le honra, al ominoso silencio que cubre la obra de Vicente Marrero, autor de la monografía más completa sobre Maeztu, prologuista de la anterior edición -argentina- de la Defensa de la Hispanidad y que tuvo parte en su espíritu. Hoy que sufre cruel enfermedad es también obligación sincera de amigo recordarlo.

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