por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val
Capítulo VII
CARACTERÍSTICAS DE PIO X
El amable carácter de Pío X y la bondad de su corazón han sido atestiguados por todos cuantos tuvieron con él algún contacto, siendo unánime la opinión, cuando se trata de exaltar lo que generalmente se designa con el nombre de su "bondad" Y esto, ciertamente, no tiene nada de extraño. Un aspecto tan destacado de su personalidad no podía menos de impresionar las mentes de tantos millares de personas que se acercaron a él en los once años de su pontificado, sin mencionar a los que habían sido objeto directo de su caridad inagotable y del suave celo del humilde cura rural de Tómbolo, del párroco de Salzano o de aquellos que le habían conocido íntimamente cuando trabajaba en medio de ellos como canciller de Treviso, Obispo de Mantua y Cardenal Patriarca de Venecia.
Si a esta paterna solicitud en todos los casos de sufrimiento o de desgracia que tenía ocasión de conocer, añadimos la generosa ayuda de su dictamen y consejo, aun en aquellas cuestiones que, aparentemente, carecían de importancia para los no directamente nteresados, la ayuda material y generosas limosnas que dispensaba, tanto en público como en privado, y su extrema delicadeza para los sentimientos de aquellos a quienes favorecía, se comprenderá perfectamente por qué no podrá ser nunca olvidada aquella "bondad" de Pío X y por qué tantas personas se limitan a ensalzar sólo esta visible muestra de su personalidad que tan verdaderamente reflejaba el amor de su Divino Maestro.
Pero sería un gran error creer que esta característica tan atrayente de Pío X le retratara plenamente o resumiera sus dotes y cualidades, nada más lejos de la verdad. Al lado de esta "bondad", y felizmente combinada con la ternura de su corazón paternal, poseía una indomable energía de carácter y una fuerza de voluntad que podrían testificar sin vacilación los que realmente le conocieron, aunque, en más de una ocasión, sorprendiera y aun causara extrañeza a aquellos que tan sólo habían tenido ocasión de experimentar su delicadeza y reserva habituales. Mantenía un absoluto señorío de sí y dominaba los impulsos de su ardiente temperamento. No vacilaba en ceder en asuntos que no consideraba esenciales, y aun estaba dispuesto a considerar y aceptar la opinión de otros si ello no implicaba riesgo de un principio; pero no había en él ninguna debilidad.
Cuando surgía alguna cuestión en la que se hacía necesario definir y mantener los derechos y libertad de la Iglesia, cuando la pureza e integridad de la verdad católica requerían afirmación y defensa o era preciso sostener la disciplina eclesiástica contra la relajación o la influencia mundanas, Pío X revelaba entonces toda la fuerza y energía de su carácter y el intrépido valor de un gran Pontífice consciente de la responsabilidad de su sagrado ministerio y de los deberes que creía tenía que cumplir a toda costa. Era inútil, en tales ocasiones, que nadie tratara de doblegar su constancia; toda tentativa de intimidarle con amenazas o de halagarle con especiosos pretextos o recursos meramente sentimentales, estaba condenada al fracaso.
En tales casos, al cabo de muchos días de reflexión y noches en vela, solía yo verle con una mano extendida sobre la mesa, que iba cerrando poco a poco hasta apretar el puño; entonces, levantando la cabeza, con una mirada severa y decidida en sus ojos, habitualmente tan serenos y tranquilos, me expresaba su resolución definitiva o me daba su juicio en frases breves y mesuradas. Sin necesidad de más palabras, ya sabía uno a que atenerse...
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Para leer el capítulo completo haga click sobre la imagen del Santo Cardenal Secretario de Estado que necesitaríamos en esta hora aciaga.
(este capítulo fue "escaneado" por el Cruzamante y la "Cruzamantita", su "petite fille", quien afirma haber hecho de "obra de mano barata").
Si a esta paterna solicitud en todos los casos de sufrimiento o de desgracia que tenía ocasión de conocer, añadimos la generosa ayuda de su dictamen y consejo, aun en aquellas cuestiones que, aparentemente, carecían de importancia para los no directamente nteresados, la ayuda material y generosas limosnas que dispensaba, tanto en público como en privado, y su extrema delicadeza para los sentimientos de aquellos a quienes favorecía, se comprenderá perfectamente por qué no podrá ser nunca olvidada aquella "bondad" de Pío X y por qué tantas personas se limitan a ensalzar sólo esta visible muestra de su personalidad que tan verdaderamente reflejaba el amor de su Divino Maestro.
Pero sería un gran error creer que esta característica tan atrayente de Pío X le retratara plenamente o resumiera sus dotes y cualidades, nada más lejos de la verdad. Al lado de esta "bondad", y felizmente combinada con la ternura de su corazón paternal, poseía una indomable energía de carácter y una fuerza de voluntad que podrían testificar sin vacilación los que realmente le conocieron, aunque, en más de una ocasión, sorprendiera y aun causara extrañeza a aquellos que tan sólo habían tenido ocasión de experimentar su delicadeza y reserva habituales. Mantenía un absoluto señorío de sí y dominaba los impulsos de su ardiente temperamento. No vacilaba en ceder en asuntos que no consideraba esenciales, y aun estaba dispuesto a considerar y aceptar la opinión de otros si ello no implicaba riesgo de un principio; pero no había en él ninguna debilidad.
Cuando surgía alguna cuestión en la que se hacía necesario definir y mantener los derechos y libertad de la Iglesia, cuando la pureza e integridad de la verdad católica requerían afirmación y defensa o era preciso sostener la disciplina eclesiástica contra la relajación o la influencia mundanas, Pío X revelaba entonces toda la fuerza y energía de su carácter y el intrépido valor de un gran Pontífice consciente de la responsabilidad de su sagrado ministerio y de los deberes que creía tenía que cumplir a toda costa. Era inútil, en tales ocasiones, que nadie tratara de doblegar su constancia; toda tentativa de intimidarle con amenazas o de halagarle con especiosos pretextos o recursos meramente sentimentales, estaba condenada al fracaso.
En tales casos, al cabo de muchos días de reflexión y noches en vela, solía yo verle con una mano extendida sobre la mesa, que iba cerrando poco a poco hasta apretar el puño; entonces, levantando la cabeza, con una mirada severa y decidida en sus ojos, habitualmente tan serenos y tranquilos, me expresaba su resolución definitiva o me daba su juicio en frases breves y mesuradas. Sin necesidad de más palabras, ya sabía uno a que atenerse...
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Para leer el capítulo completo haga click sobre la imagen del Santo Cardenal Secretario de Estado que necesitaríamos en esta hora aciaga.
(este capítulo fue "escaneado" por el Cruzamante y la "Cruzamantita", su "petite fille", quien afirma haber hecho de "obra de mano barata").
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