por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val
VI
PIO X Y LA GRAN GUERRA
Hoy me encuentro ya en condiciones de afirmar que Su Santidad había predicho repetidas veces la declaración de la Gran Guerra Europea mucho tiempo antes que la tormenta estallara y en una época en que muy pocos, si hubo algunos —al menos que yo sepa—, se aventuraban a exponer, en términos generales, el temor de que, tarde o temprano, la creciente hostilidad entre las naciones preponderantes y poderosas daría como inevitable resultado una guerra violenta, con todas sus horribles consecuencias.
Ya en los años 1911 y 1912, el Santo Padre me hablaba frecuentemente del conflicto que se aproximaba, y se expresó más de una vez en este sentido y de manera casi alarmante. En distintas ocasiones durante el curso de aquellos años —cuatro o cinco veces que yo recuerde—, al entrar en su habitación para mi audiencia matinal de las nueve, Su Santidad habría de iniciar la conversación con esta frase: "Eminencia, las cosas van mal " (Eminenza, le cose vanno male.)
Por lo general, a aquella hora el Papa había ya revisado los periódicos y telegramas de la noche anterior o de la mañana, y antes de emprender la tarea cotidiana, hacía un resumen de a situación general y manifestaba sus puntos de vista respecto al giro de los acontecimientos públicos. Me exponía situaciones históricas similares, mencionando lecciones del pasado que no habían sido aprendidas, junto con la semejanza de factores cuya obra es constante en todas las épocas de la historia del mundo, y los que eran evidentes en nuestros días, no obstante las circunstancias siempre distintas. Al mismo tiempo me hacía ver cómo por encima de la sed insaciable de las pasiones humanas se manifestaba de modo permanente la mano directora de la Providencia. Cuando el Santo Padre hablaba sobre estos asuntos estaba en sus mejores momentos.
Pero raramente aventuraba una predicción definida. De aquí que cuando me afirmaba con tanto énfasis que "las cosas iban mal", yo, naturalmente, trataba de descubrir la razón particular de esta impresión desfavorable, recogida en la prensa o en otras fuentes.
Sin pretender yo insistir en el hecho de que otras varias veces había habido también motivos semejantes de alarma, preguntaba al Santo Padre en estas ocasiones qué era lo que especialmente había llamado su atención, dando origen a los temores que me participaba. "Las cosas van mal —me respondía invariablemente—; la gran guerra se aproxima." (Le cose vano male; viene i l guerrone.) "No me refiero a esta guerra —añadía en la época de la expedición italiana a Libia y durante el conflicto de los Balcanes—. No es ésta, sino la gran guerra." (II guerrone.)
¿Quién podía, en realidad, negar la posibilidad de una conflagración general en Europa? Sin embargo, yo me atrevía a insinuarle que no parecía probable se produjera en un futuro inmediato; que tal vez fuera aplazándose por largo tiempo o, incluso, ser evitada en nuestros días, y que, a pesar de sus imprudencias, aquellos que tenían las riendas del Gobierno y que se encontraban en situación de controlar en alguna medida el curso de los acontecimientos, daban indudables mues tras de vacilación antes de lanzar al mundo a una aventura cuyo resultado final nadie podía prever.
El Santo Padre, después de escuchar con atención mis observaciones, de carácter un tanto optimista, solía levantar su mano como amonestándome, y me replicaba con inusitada gravedad: "Eminencia, las cosas van mal; no pasaremos más allá del año 1914." (Eminenza..., non passeremo il 14.)
Como ya he dicho, esto ocurrió varias veces durante aquellos años, y recuerdo cómo, al regresar a mi habitación, meditaba las palabras de Su Santidad. Me detenía a considerar qué motivos podía tener para fijar de modo tan concreto el año 1914 como el de la futura guerra, y no podía hallar una respuesta satisfactoria.
Por aquel entonces no dije ni una palabra de esto a nadie, pues me parecía estaba obligado a guardar exclusivamente para mí estas impresiones. Pero ahora no veo razón alguna para dejar de hacer partícipes a otras personas de esta notable predicción que me hizo repetidas veces el Santo Padre, y a éstas corresponde ahora definir su carácter.
Que dicha predicción no era una idea pasajera, es indudable, no sólo porque fue reiteradamente sugerida en mi presencia, sino también porque así lo corrobora otro testimonio que no ha llegado a mi conocimiento sino muy recientemente.
El doctor Bruno Chaves, ministro brasileño cerca de la Santa Sede durante muchos años, dimitió de su cargo en 1913. El Papa Pío X le mostró siempre gran afecto, y hablaba con él en términos de gran confianza. En una carta que me dirige desde su residencia de Pelotas el 24 de octubre de 1917, el doctor Chaves hace alusión a su última audiencia con el Santo Padre, celebrada el día 30 de mayo de 1913, durante la cual le dijo Su Santidad "Sois afortunado, señor, en poder regresar a vuestro hogar del Brasil, no seréis testigo de la gran guerra mundial "
"Pensé —escribe el doctor Chaves— que Su Santidad se refería a los Balcanes, pero continuó diciendo: Los Balcanes son el comienzo de una gran conflagración que soy impotente para evitar y que no seré capaz de resistir" "Transmití, con carácter confidencial, este temor de Su Santidad a algunos de mis amigos de por aquí en el mes de agosto de aquel mismo año de 1913 Doce meses más tarde, el temor se había convertido en una cruel y triste realidad "
La carta del doctor Chaves está escrita en portugués, y la transcripción anterior es traducción literal de la misma. Muy bien podría hallarse relacionado con esta predicción el hecho de que, por aquella misma época, paseando un día el Santo Padre por los jardines del Vaticano, se detuviera frente a la hornacina de Nuestra Señora de Lourdes y exclamara en presencia de su capellán privado, Monseñor Bressan: "Compadezco a mi sucesor Yo no lo veré; pero es demasiado cierto que la Religio depopulata está muy próxima."
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