Director del Instituto Superior de Ciencias de la FamiliaUniversidad Católica de la Santísima Concepción. Chile.
Tomado de Revista Arbil
Introducción
Tal vez una de las preguntas más acuciantes de la filosofía que hoy adquiere especial relevancia, es si lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto, pueden ser determinados de manera racional y objetiva. La respuesta que se dé a esta pregunta resulta fundamental para un cúmulo de materias e incluso para la vida misma, ya que por su propia naturaleza, el hombre se ve obligado a tomar decisiones éticas permanentemente, lo cual se convierte en una actividad absolutamente diferente si obedece a pautas objetivas, o si por el contrario, depende del capricho y la subjetividad más absoluta.
Desde hace dos mil quinientos años, las diferentes doctrinas sobre la Ley Natural, en particular la aristotélico-tomista, han dado una respuesta afirmativa a esta pregunta: es posible, al menos en sus aspectos fundamentales, descubrir de manera objetiva y racional algunos valores básicos, pautas de moralidad, motivos para la acción que pueden ser justificados convincentemente, de tal suerte que seguirlos resulta lógico y no hacerlo, arbitrario.
Además, estas respuestas han buscado un fundamento no religioso, aun cuando en muchos casos sea perfectamente compatible con la fe. De hecho, para los autores cristianos esto resulta evidente, pues al ser Dios el creador y organizador del universo, lo que la razón humana descubra no puede contraponerse al dato revelado. Mas lo importante es que este esfuerzo ha buscado distinguir (no separar) la argumentación ética de la religiosa, entre otras cosas, para que sus conclusiones sean asequibles también por observantes de otras religiones y por no creyentes.Dentro del cúmulo de materias abordadas por la ley natural, dos resultan esenciales para el tema de este simposio: la vida y la familia. La valor de la vida es tenido como fundamental, porque la tendencia a su conservación es propia del hombre y de todo ser vivo, siendo básica para la realización de las demás potencialidades humanas: de ahí deriva el derecho esencial a la vida, y que la vida inocente no pueda jamás ser vulnerada legítimamente. Por su parte, la familia es considerada una institución natural, no cultural, en atención a la evidente necesidad de perpetuar la especie que el hombre comparte sobre todo con los animales. Esto conlleva la necesaria unión entre hombre y mujer a fin de lograr descendencia, tarea que no se agota con su sola génesis, sino que abarca la formación y educación de los hijos (misión fundamental que consume la mitad de la vida), para lo cual el matrimonio se presenta como el medio idóneo, en razón de que este objetivo requiere de un compromiso estable. Con todo, debe recalcarse que el matrimonio posee un valor intrínseco y apunta también al bien de los cónyuges, razón por la cual igualmente tiene sentido en aquellos casos en que la descendencia es imposible.
Ahora bien, estos argumentos fueron mantenidos sin grandes dudas hasta hace pocas décadas, y su actual debilitamiento se vincula con un cúmulo de problemas interrelacionados que hoy son materia de intenso debate o que simplemente se han impuesto de manera más o menos totalitaria en diversos lugares de Occidente: el divorcio, el llamado ‘matrimonio homosexual’, el supuesto ‘derecho a los hijos’, el descenso de la natalidad, la paternidad responsable, los hijos extramatrimoniales, los hogares monoparentales, el control de la natalidad, la anticoncepción, la revolución sexual, el valor de la vida intrauterina, los denominados ‘derechos sexuales y reproductivos’, las ‘políticas de género’, el aborto, la procreación artificial, la manipulación de embriones (congelamiento, experimentación con sus células madre, clonación, etc.), las enfermedades de transmisión sexual, la eutanasia, el envejecimiento de la población entre otros.Todo este debate se debe al menos en parte al oscurecimiento de la noción de ley natural en estas y otras materias en diversos sectores, a veces mayoritarios, de distintos pueblos de Occidente, fruto de las filosofías y de las ideas que han ido ganando terreno en los últimos siglos.
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