espués de la muerte del Pontífice San Eusebio, la cual acaeció a los 26 días de septiembre del año 308, vacó la silla mucho tiempo hasta que la ocupó San Melquiades, que según buena cuenta fue el 3 de octubre del 310, imperando Majencio. San Melquiades, que según algunos nació en Madrid, fue varón santísimo, y padeció grandes trabajos y fatigas por la gloria del Señor. Ordenó que no ayunasen los cristianos en los domingos ni de cuaresma ni fuera de ella, ni aún en los jueves, por no imitar a los paganos que ayunaban en tales días, y tenían aquel ayuno por sagrado, aunque después cesando la causa de ayunar los jueves, se quitó aquella prohibición.
Había en Roma muchos herejes maniqueos, y Melquiades procuró reprimirlos y reducirlos al camino de la verdad. Escribió una carta a los obispos de España, en que enseña que todos los Apóstoles reconocieron la preeminencia y superioridad que tuvo San Pedro; y que el sacramento del bautismo es de mayor necesidad que el de la confirmación porque sin él ninguno se puede salvar: pero el de la confirmación por parte del ministro es de mayor dignidad, que no lo puede conferir sino el obispo. Después pone los efectos de uno y otro sacramento; y adelante trata de los efectos que el Espíritu Santo obró con su venida a los apóstoles, y los que reciben los cristianos en el bautismo y confirmación.
En su Pontificado el Emperador Constantino venció al tirano Majencio el 28 de octubre del 312, y poco después publicó sus edictos para que los cristianos tuviesen el libre uso de su religión y la libertad de erigir Iglesias. Para apaciguar a los gentiles que andaban inquietos con esta concesión, cuando llegó a Milán el año 313, por un segundo edicto concedió a todas las sectas, menos a los herejes, la libertad de conciencia. Entre las primeras leyes que estableció en favor de los cristianos eximió en una al clero de toda carga de tributos y oficios concejiles.
Obligó Constantino a todos sus soldados a rezar los domingos una oración dirigida a un sólo Dios, y no hubo idólatra que escrupulizase en hacerlo. Abolió las festividades gentilicias y los misterios en que tenían parte las rameras públicas. Como la impureza contranatural estaba entre los romanos casi sin freno, y la lujuria y el abandono se hizo tan general entre ellos, principiaron a huir del matrimonio, para seguir con más libertad el ímpetu de sus pasiones. Por esta causa Augusto se vio en la precisión de animarles a aquel estado por las leyes, y mandar a todos los hombres que se casasen, imponiendo multas y cargas a los desobedientes.
Contenidos un tanto los abusos con la religión cristiana, y con mucha más eficacia de lo que pudieran las leyes humanas, Constantino repitió la ley popaea contra el celibato; y también hizo otra ley castigando el adulterio con pena de muerte. Regocijábase el buen Papa al ver la prosperidad de la casa de Dios, y con su celo extendió grandemente sus límites; pero tuvo también la pena de ver su grey afligida y trastornada con una división intestina, en el cisma donatista que corrió con tanta furia por el Africa. Acusado falsamente Mensurio, obispo de Cártago, de que había entegado los sagrados libros a los perseguidores, Donato obispo de Casanigra en Numidia, se separó injustamente de su comunión, y continuó su cisma aún después que Ceciliano sucedió a Mensurio en la silla de Cártago, juntándose varios enemigos de aquel buen prelado, especialmente una señora muy poderosa llamada Lucilla.
Los cismáticos apelaron a Constantino, que estaba entonces en las Galias, y le suplicaron enviase al Africa tres obispos de aquel país a quienes ellos nombraron determinadamente para que juzgasen su causa contra Ceciliano. El emperador les concedió los jueces que le pedían; pero mandó por medio de una carta que los tales obispos pasasen a Roma, juntamente con los que de la Galia enviaba aquel Príncipe con otra en que se publicaba al Papa Melquiades examinase aquella controversia, y la decidiese conforme a justicia y equidad. El emperador dejó a los obispos la decisión de este negocio, porque era peculiar de los obispos.
El Papa Melquiades abrió un sínodo en el palacio Lateranense el 2 de octubre del 313, a que se hallaron presente Donato y Ceciliano, en el que éste último fue pronunciado inocente por el Papa y por el Concilio, de cuantos cargos le habían hecho. Donato fue el único que le condenó aquella ocasión: a los demás obispos que habían adherido a éste se le permitió conservar sus sillas con tal que renunciasen al cisma. San Agustín, hablando de la moderación que usó el Papa, le llama hombre excelente, verdadero hijo de paz, y padre de los cristianos.
No obstante los donatistas después de su muerte recurrieron a sus comunes y acostumbradas armas de la calumnia para manchar la pureza de su carácter, y pretendieron también imputarle que había entregado las Escrituras Santas a los perseguidores: cuya mentira llama San Agustín: maliciosa e infundada calumnia. San Melquiades dio una vez órdenes por el mes de diciembre, y ordenó a 6 presbíteros, 5 diáconos y 11 obispos. Después de haber vivido en pontificado 2 años, dos meses y 7 días, murió santamente en el Señor el 10 de diciembre del año 313. Fue sepultado su cuerpo en el Cementerio de Calixto en la Via Apia, y su sagrada cabeza está en Roma en la Iglesia de la casa de la Compañía de Jesús. Los Martirologios antiguos le llaman Mártir por lo mucho que padeció y como tal le celebra la Iglesia.
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