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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

12 de diciembre de 2008

El Papa San Pío X: Memorias (15)



por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val



XIV

ULTIMA ENFERMEDAD Y MUERTE





"¡Muy bien, siervo bueno y fiel!" S. Mat. XXV, 21


uán repentinamente llegó el fin! Después del ataque de influenza que sufrió el Santo Padre en 1913, debido, sin duda, a lo menos en parte, al exceso de trabajo realizado, Pío X recobró notablemente sus fuerzas. A decir verdad, nunca estuvo tan enfermo como la gente creía, a juzgar por los informes exagerados de la Prensa, y durante toda su enfermedad y convalecencia se mantuvo tan jovial y lleno de vida, que era difícil conseguir que permaneciera ocioso.
"Si no fuera por estos dignos doctores y me guiara exclusivamente de mi propio criterio, hace ya tiempo que me habría levantado", repetía constantemente durante los días que permaneció en cama. Algunas veces le vi incorporarse bruscamente de la almohada para firmar un documento que yo le presentaba, y me decía sonriendo, mientras su mano escribía firme: "Eminencia, ya veis cómo mis manos obedecen todavía", y rubricaba la firma con su habitual energía.
Al reanudar su vida normal parecía encontrarse mejor de lo que le había visto en muchos años. Aumentó su actividad. Parecía haber adquirido nuevas fuerzas y haberse desprendido, en cierto modo, de la pesada carga de los años. El obligado reposo a que se había sometido, había sido evidentemente una verdadera bendición para su salud, y todos teníamos motivos suficientes para esperar que así podría continuar varios años.
Y, efectivamente, así continuó, pero solamente hasta agosto de 1914, o sea, hasta el comienzo de la Gran Guerra. Es difícil explicar lo hondamente que le afectó la temible tragedia. Como ya he indicado, había previsto y predicho explícitamente el conflicto europeo desde hacía mucho tiempo. La pena y el dolor que le invadieron al estallar la conflagración fueron muy intensos. Día y noche el horrible espectáculo de la cruenta lucha atormentaba su imaginación, a lo que se unía una visión clarísima de los sufrimientos y angustias que se derivarían inevitablemente de la catástrofe.
La invasión de Bélgica y las noticias de las primeras batallas le llenaron de amarga pena. Esperaba febrilmente la comprobación documental de los hechos para trazar su línea de conducta definitiva y elevar sin miedo su voz en defensa de los sagrados principios de la justicia y de la paz. Pero la voz del Maestro se hizo oír antes que tuviera tiempo más que para dictar una exhortación preliminar que lleva fecha del 2 de agosto.

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