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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

11 de diciembre de 2008

Herejes (19)



por Gilbert K. Chesterton


XIX.


De los novelistas de los pobres y de los pobres

n nuestra época se plantean ideas muy curiosas en relación con la doctrina de la fraternidad humana. La verdadera doctrina es algo que nosotros, a pesar de todo nuestro humanitarismo moderno, no comprendemos del todo, y mucho menos practicamos. Por ejemplo, darle una patada a nuestro mayordomo y tirarlo escaleras abajo no tiene nada de antidemocrático. Tal vez esté mal, pero no es antifraternal. En cierto sentido, el golpe, o la patada, puede considerarse una confesión de igualdad: nos encontramos con nuestro mayordomo cuerpo a cuerpo, y casi le concedemos el privilegio de participar en un duelo. No tiene nada de antidemocrático, aunque pueda resultar poco razonable, esperar mucho del mayordomo, y sucumbir a una sorpresa extrema cuando no se muestra a la altura de su divina estatura. Lo que es en verdad antidemocrático y antifraternal no es esperar que el mayordomo sea más o menos divino. Lo que es verdaderamente antidemocrático y antifraternal es afirmar, como afirman muchos humanitaristas modernos: «Por supuesto que hay que hacer concesiones a aquellos que se encuentran en un plano más bajo». Sin duda, considerando todas las cosas, podría decirse sin exageración, que lo verdaderamente antidemocrático y antifraternal es la práctica habitual de no dar una patada al mayordomo y hacerle caer escaleras abajo.

Como una inmensa parte del mundo moderno no comparte el sentimiento democrático serio, la afirmación que acabo de formular parecerá a muchos carente de seriedad. La democracia no es filantropía. No es siquiera altruismo, ni reforma social. La democracia no se basa en la compasión hacia el hombre corriente. La democracia se basa en la reverencia al hombre corriente o, si se prefiere, incluso en el temor al hombre corriente.

No protege al hombre porque éste sea miserable, sino porque es sublime. No objeta tanto el hecho de que el hombre corriente sea esclavo como el hecho de que no sea rey, pues su sueño es siempre el sueño de la primera república romana, el de una nación de reyes.

Descontando una república genuina, lo más democrático del mundo es un despotismo hereditario. Me refiero a un despotismo en el que no haya traza alguna de estupideces sobre la inteligencia o las aptitudes especiales para ocupar los cargos. El despotismo racional – o lo que es lo mismo, el despotismo selectivo – siempre supone una maldición para la humanidad, porque, con él, al hombre corriente lo malinterpreta y lo gobierna mal algún necio que no siente el menor respeto fraternal por él. Pero el despotismo irracional siempre es democrático, porque con él se entroniza al hombre corriente. La peor forma de esclavitud es la que se conoce como cesarismo, o la elección de algún hombre decidido o brillante como déspota porque resulta adecuado. Pues ello implica que los hombres escogen a un representante no porque él los representa, sino porque no los representa.

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