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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

27 de febrero de 2009

El pequeño mundo de Don Camilo (18)


por Giovanni Guareschi


Hombres y animales





A Grande era un fundo al que no se le veía el fin, con un establo de cien vacas, quesería a vapor, pomar y pare usted de contar. Todo ello propiedad del viejo Pasotti, quien vivía solo en la Abadía, teniendo a sus órdenes un ejército de criados y peones.

Un día los peones iniciaron un movimiento y capitaneados por Peppone fueron todos a la Abadía, donde el viejo Pasotti les dio audiencia desde una ventana.

–¡Que los parta un rayo! – gritó Pasotti, asomando la cabeza – ¿Es que en este puerco país ya no se acostumbra dejar en paz a los hombres de bien?

–A los hombres de bien, sí – contestó Peppone, – pero no a los explotadores que niegan a los trabajadores lo que les corresponde por derecho.

–Para mí, el derecho es lo que establece la ley – rebatió Pasotti – y yo con la ley estoy en paz. Peppone entonces dijo que hasta que Pasotti no hubiese concedido las mejoras, los jornaleros de la Grande se abstendrían de trabajar.

–¡A sus cien vacas les dará de comer usted! – concluyó Peppone.

–Bien – repuso Pasotti. Y cerrando la ventana fue a reanudar el sueño interrumpido.

Así empezó la huelga en la Grande y fue una resistencia organizada personalmente por Peppone, con brigadas de vigilancia, turnos de guardia, mensajeros y puestos de asedio. Las puertas y las ventanas del establo fueron clavadas y selladas.

El primer día las vacas mugieron porque no habían sido ordeñadas. El segundo día mugieron por falta de ordeño y porque sentían hambre, y el tercer día a lo demás se agregó la sed, de manera que los mugidos se oían hasta mas allá de los límites de la comuna. Entonces la vieja sirvienta de Pasotti salió por la portezuela de servicio de la Abadía y explicó a los hombres del puesto de asedio que iba a la farmacia del pueblo a comprar un desinfectante.

–Ha dicho el patrón que no quiere pescarse el cólera con el olor de las vacas cuando hayan muerto de hambre.

Esta noticia hizo menear la cabeza a los más viejos criados que trabajaban con Pasotti desde hacía cincuenta años y sabían que éste tenía la cabeza más dura que el hierro. En estas circunstancias intervino personalmente Peppone con su estado mayor y sus hombres y dijo que si alguien tenía el coraje de acercarse al establo, lo trataría como a un traidor de la patria.

En la tarde del cuarto día acudió a la casa parroquial Santiago, un antiguo vaquero de la Grande.

–Hay una vaca que debe parir y muge que parte el alma. Y morirá de seguro si no se la ayuda, pero si alguien se acerca al establo le rompen los huesos.

Don Camilo fue a asirse de la barandilla del altar.

–Señor – dijo al Cristo crucificado, – ¡detenedme o emprendo la marcha sobre Roma!



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