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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

28 de febrero de 2009

La construcción del Paraíso: Las Reducciones del Paraguay


Por José Luis Orella


El descubrimiento de América produjo la oportunidad de construir una sociedad más acorde con los designios cristianos. El traslado de las libertades municipales hispanas al mundo americano, donde su inmensidad les dará una particularidad propia. Además Utopia de Tomás Moro, influirá en Vasco de Quiroga, quien fue el primero que inauguró las primeras comunidades de indios, pero abrió la experiencia a la construcción del Paraíso guaraní que rigió la Compañía de Jesús hasta su eliminación por el borbón Carlos III.


a llegada de los españoles al continente nuevo supuso uno de los grandes hechos de la historia universal, y el gran acontecimiento de la historia de España. Las nuevas tierras descubiertas no fueron tratadas como colonias de explotación, como sería el caso posterior de ingleses y holandeses, sino que serían consideradas como una prolongación de la corona de Castilla. La Monarquía Hispánica, que se había formado por el matrimonio de los Reyes Católicos, había unido dos reinos muy distintos. La Confederación Aragonesa que orientaba sus aspiraciones a mantener el control del Mediterráneo, pero que había entrado en decadencia; y la Corona Castellana, que finalizaba con juvenil vigor, la labor de la Reconquista. Castilla se había conformado como una potencia política y militar, que se orientaba al Atlántico, con una fuerte rivalidad con el hermano reino de Portugal.

En aquella Castilla que vislumbra uno de los mayores hechos de la historia, la sociedad era eminentemente agraria, con un carácter disperso, efecto del carácter repoblador que durante siglos había ido extendiendo las fronteras cristinas hacia el sur. La carencia de un fuerte poder real y la necesidad de asentar población en las zonas limítrofes con los reinos musulmanes, fomentaron la concesión de fueros con un alto grado de autonomía política, judicial y económica [1] . Estos fueros eran las normas estatutarias que reconocían, en muchos casos, las tradiciones consuetudinarias de las comunidades de vecinos, establecidas de manera previa a los municipios. Durante los siglos XII y XIII, los reyes castellanos otorgaron numerosos fueros a nuevas villas, como nuevos focos de desarrollo comercial, dentro de los territorios con intereses agrarios. En las provincias vascas, entonces señoríos, se iniciará una fuerte polaridad entre las dinámicas villas de protección real, y los pueblos de tierra llana. A partir de 1480, los municipios castellanos tendrán que afrontar la tendencia unitaria de la Monarquía, mediante la presencia del corregidor, figura que encabezará al municipio como agente real. Sin embargo, las estrictas normas que ataban el comportamiento del corregidor ayudaban a perpetuar la libertad municipal, y ha consolidar el poder adquirido por los regidores. Estos, vinculados a familias poderosas del comercio, solían convertir en hereditario los cargos. En el XVI, eran 18 las ciudades castellanas las que tenían derecho a sentar representantes en las Cortes. En estas urbes del centro de la meseta surgirá un amplio sector de comerciantes, artesanos enriquecidos y caballeros propietarios que conformarán la oligarquía local dominante. Un elemento social en ascenso, que solía ser bien apreciado por los monarcas, para equilibrar el poder de una decadente nobleza, hambrienta de recuperar su antiguo poder, a costa del señorío real.
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