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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

23 de febrero de 2009

¿Quién mató a Marta del Castillo?


por Juan Manuel de Prada


Tomado de ABC





UIÉN mató a Marta del Castillo? Las víctimas de los monstruos lo son primero del clima social corrompido donde los monstruos se forman. En un clima moral donde se banalizan los afectos, donde se invita a los adolescentes a que traduzcan sus vivencias emotivas en «conducta sexual», donde se promueve la ruptura de los vínculos humanos, donde se combate la noción de autoridad familiar, donde los medios de comunicación exhortan a la promiscuidad festiva y los poderes públicos se erigen en dispensadores de una educación moral laxa, ¿cómo extrañarnos de que quienes padecen alguna tendencia fácilmente reprimible hacia lo anormal o aberrante se sientan inducidos a consumar tal tendencia? Si a un individuo con tendencias levemente torcidas lo educamos sin ninguna base espiritual y lo invitamos a pisotear todos los frenos sociales, ¿cómo extrañarnos de que, alcanzado por el hastío o por la ira, se incline cada vez más hacia el crimen? Más culpables que estos monstruos que asesinan niñas son quienes exacerban sus pasiones.
En estos días, vemos cómo se reclama la introducción de la cadena perpetua en nuestro sistema punitivo. Ante lo cual convendría realizar una reflexión sobre la naturaleza del castigo. Desde el momento en que se niega la autoridad de una ley suprema de justicia que no es dictada ni puede ser modificada por los hombres -lex divina-, el castigo sólo considera el perjuicio inferido a terceros. Pero existe, además de ese perjuicio, la ofensa a la ley suprema de justicia, y la retribución que se le debe. Mientras no admitamos como fundamento de todo derecho penal la existencia de una ley suprema de justicia a la que deben acomodarse todas las leyes que los hombres dictan, mientras se niegue la posibilidad de combatir el mal en sus fundamentos, los monstruos seguirán causando estragos. Y, cuando los monstruos causan estragos, el pueblo reacciona instintivamente demandando mayor severidad en el castigo. Si el pueblo estuviera persuadido de que la justicia humana sería el implacable brazo ejecutor de una ley suprema, no se entregaría a manifestaciones como las mencionadas. Pero el pueblo va perdiendo la confianza en una justicia que niega la autoridad de una ley suprema; y esa desconfianza se transforma en odio hacia los monstruos. Para acabar con esto, el clima moral que corrompe la sociedad debe ser atacado en sus raíces. Mientras la noción de ley suprema no lave el barrizal positivista que ha propiciado este clima moral corrompido, todo será arar sobre el mar.
No combatimos contra monstruos, sino contra un virus espiritual. Si a un hombre se le incita a pensar inmoralmente, terminará actuando inmoralmente. El escándalo montado en estos días por los medios de comunicación, cómplices activos en el sostenimiento de un clima social corrompido, es, por lo demás, de una hipocresía sórdida que no hace sino acrecentarlo. Allá en la Edad Media -la bárbara Edad Media, que diría un analfabeto-, se ocultaba el crimen y se hacía público el castigo, para corrección del culpable y enseñanza del pueblo. En nuestra época -tan civilizada, que diría un analfabeto- se oculta el castigo y se hace ostentación del crimen a través de los medios de comunicación; y el crimen, en alas de una publicidad macabra, se convierte en una imagen obsesivamente atractiva para el pueblo, o bien provoca en él un revoltijo de indignación y curiosidad morbosa, pasiones ciegas que no hacen sino convertir la sociedad en un manicomio donde florece el afán de venganza, en lugar de brindarle una gran lección de humanidad y justicia, como ocurría en aquella bárbara Edad Media. Que, a diferencia de esta edad tan civilizada, creía en la existencia de una ley suprema, y en la retribución que exige su ofensa.


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