por D. Alvaro de Maoutua
Tomado de Arbil
España ha sido un verdadero modelo político para su tiempo y durante siglos.
oda mención a la Historia de la cultura y de la civilización occidental, exige una referencia claramente destacada a la extraordinariamente rica y fecunda aportación española. Esta tiene particular relevancia en la Historia Moderna, a partir de la revolución protestante y racionalista que inicia una gran crisis espiritual, política, jurídica, artística y en el conjunto de las actividades humanas.
Mucho más positivo es el proceso histórico español y del mundo hispánico. Por eso se puede hablar en rigor de dos Modernidades: una Modernidad hispánica y de otra nórdica y anglosajona.
España crea una vigorosa cultura de influencia universal que es el monumento más rico y valioso de toda la cultura mundial que conoce la Historia moderna.
Desde la gran escuela de Salamanca, que alumbra, magistralmente, la doctrina del Derecho Internacional hasta las Leyes de Indias y las instituciones políticas y culturales creadas en América, presentan a España como la depositaria de la gloria jurídica de Roma superada por su propio genio, con un concepto cristiano sobre la legislación social y económica.
España compensa el desgarrón positivista de Europa, alumbrando para la civilización más de veinte naciones en América. Y entre las mil cosas grandes de este proceso da vida a las Universidades más antiguas del continente americano.
La cultura española de la Modernidad otorga al mundo una era de nobleza, madurez doctrinal y espiritual, la de mayor heroísmo, magnanimidad y belleza que reconoce la Historia. Tal es la esencia de la cultura moderna que España tiene legada al mundo; tal es la noble herencia española: Un orden de valores.
La hispanidad ha demostrado la máxima categoría humana que se ha conocido en la Historia. Por eso nuestro patriotismo español nunca fue sensual o de contacto, sino doctrinal y espiritual o metafísico; generoso y magnánimo; por eso estuvo siempre limpio de las aberraciones racistas tan típicas de las culturas del centro y norte de Europa, en particular de las anglosajonas.
En Razón Española, Enrique Zuleta, glosando la obra del gran historiador argentino Julio Irazusta (1942), nos recuerda esto: Nuestros antepasados lucharon de veras "no mintieron luchar" por la unidad espiritual del mundo, por el antiracismo, por el principio universal de la capacidad de salvación; y en esa lucha maravillosa, el enemigo estaba constituido por las naciones que hoy invocan sólo de palabra aquellos principios.
El éxito temporal de las naciones que han imperado en el mundo después de la caída del imperio español no tiene nada de envidiable para un miembro de la Hispanidad descendiente de los que lucharon por el principio de la capacidad de salvación de todas las razas, es decir, de la igualdad fundamental del género humano.
España ha sido un verdadero modelo político para su tiempo y durante siglos.
A lo largo de toda la empresa española en América, la Corona se somete al examen de los teólogos, juristas y funcionarios, quienes consideraron con objetividad ejemplar todas las cuestiones que planteaba una realidad inédita. Oyeron innumerables opiniones, analizaron conductas y dictaminaron de acuerdo con los principios que presidían la vida del Imperio. No hay antecedentes históricos de que una nación triunfadora haya hecho una crítica tan rigurosa de su conducta y constituye una honra imperecedera de España, que dio todo lo que tenía en la más alta jerarquía de ese tiempo. Infundió ese legado en una América que lo desconocía, porque quiso que esos territorios fueran la extensión de España, que así no fueron colonias ni factorías como las inglesas, francesas y holandesas, utilizadas sólo con fines comerciales y administradas por funcionarios alejados de los nativos por motivos culturales o raciales.
Mientras los anglosajones, o eliminaron al indígena como en América, o lo dejaron entregado a sus sangrientas supersticiones, como en la India, los españoles trataron de elevarlo a su propio nivel espiritual, impidiéndole seguir en sus tradicionales prácticas de sacrificios humanos, y el canibalismo, siendo el único pueblo europeo que incorporó a razas enteras, en América y en Asia, a la civilización occidental. La comprensión de la ejecutoria histórica de España, llámenla enigma o problema, no es cuestión cerrada para la intelectualidad española y mundial. Algunos pretenden superar la presente crisis de nuestro estado nacional por el doble expediente de los organismos supranacionales hacia el exterior y por las autonómias regionales hacia el interior. Pero los primeros han evidenciado su carencia absoluta de toda idea moral; y el nuevo autonomismo separatista, no sirve para hacer patria, sino para deshacerla. Entre un falso europeismo que no es sino evaporación del universalismo católico y un autonomismo extraño a la noción histórica de la libertad concreta, resulta de suma importancia y de gran urgencia conocer y amar el genio de España.
Así, Morente se enfrenta con la esencia de nuestra nacionalidad y considera insuficientes para la forja histórica de la nacionalidad española, los vínculos naturales de sangre, raza territorio e idioma; y viene a definirla como acto espiritual. No valen las explicaciones de Renan que fundamenta la nacionalidad en la adhesión exclusivamente en el pasado, ni la de Ortega que pone por único fundamento la proyección en el futuro. Ni romanticismo contemplativo ni voluntarismo sin raiz.
Al hallarse el pasado histórico español reflejado en empresas distintas y en diferentes épocas, se hace necesario encontrar, en la diversidad de fines, el que actue en el fondo de los demás, el que los compendie. Esa reducción a la unidad es la que justifica y da razón de ser a la filosofia de la historia de España. Morente esboza la filosofia del estilo con mano maestra.
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