por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val
Capítulo IX
PIO X Y LAS ARTES
PIO X Y LAS ARTES
La Iglesia ha dispensado siempre su generosa protección a las artes donde quiera que haya ejercido su influencia. Roma es un testimonio elocuente de este aserto, de la tradicional munificencia de sus Pontífices y de sus ilustrados esfuerzos, no sólo para conservar los monumentos antiguos y las innumerables reliquias del pasado, así paganas como cristianas, sino también para alentar la actividad de artistas que daban pruebas de un genuino talento.
Y esto ha sido igualmente cierto en períodos agitados de la Historia, cuando los Pontífices estaban abrumados con problemas económicos y por los arduos deberes de su apostólico ministerio. Sin embargo, es evidente que, considerados individualmente, no todos los Papas han sido personalmente dotados de un temperamento artístico ni nclinados por su educación a profesar un interés especial por el arte.
Ya he apuntado que Pío X estaba demasiado absorbido, como sacerdote y como pastor, por su enorme celo y gran actividad en pro de la salvación de las almas, para disponer de tiempo suficiente que dedicar a otros menesteres, a pesar del interés que en ello pudiera tener Pero amaba las cosas bellas, y había visto muchas en el transcurso de su vida en Mantua, Padua y Venecia, así como en sus raras visitas a Roma.
Disfrutaba con el trato de artistas ilustres, a quienes siempre acogía gustoso y con miras a aumentar sus conocimientos artísticos. Este trato, unido a sus lecturas, contribuyó, sin duda, a educar su gusto, que era excelente y refinado de por sí, a veces casi severo. La Exposición de Arte Sacro organizada en Venecia, en la preciosa iglesia de los Santos Juan y Pablo, debió su origen a la iniciativa alentadora del Patriarca, Cardenal Sarto, que se tomó infinitos trabajos para asegurar su éxito. A este propósito debo hacer constar su costumbre de recordar lo maravillosamente que se hallan descritas las verdades de la fe católica en los tesoros inapreciables del arte cristiano antiguo, tan profusamente esparcidos por Italia, y cómo los maestros de antaño estaban imbuidos del verdadero espíritu de la Iglesia. "En la Italia moderna —decía con frecuencia—, la vida y el sentimiento de ese lenguaje sublime están dormidos y es preciso despertarlos una vez más."
Censuraba rigurosamente cualquier negligencia en la vigilancia debida a los tesoros artísticos e históricos. Las circulares que repetidamente dirigía al clero de Italia y del extranjero, dando instrucciones precisas y reglas prácticas en este sentido, merecen una atención más minuciosa de la que hasta ahora se les ha prestado. Afirmaba sin vacilación que los museos y galerías de arte son necesarios para la conservación de herencias valiosas, ya que si éstas se perdieran o deterioraran, no podrían ser nunca repuestas. Pero consideraba dichas instituciones en cierto modo inadecuadas, y de buena gana las hubiera suplido de otra manera. Sustentaba el criterio de que las obras artísticas e históricas debían permanecer en el lugar para el que habían sido creadas, y que el separarlas de su sitio, a menudo, desfigura el fin buscado por sus autores.
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Y esto ha sido igualmente cierto en períodos agitados de la Historia, cuando los Pontífices estaban abrumados con problemas económicos y por los arduos deberes de su apostólico ministerio. Sin embargo, es evidente que, considerados individualmente, no todos los Papas han sido personalmente dotados de un temperamento artístico ni nclinados por su educación a profesar un interés especial por el arte.
Ya he apuntado que Pío X estaba demasiado absorbido, como sacerdote y como pastor, por su enorme celo y gran actividad en pro de la salvación de las almas, para disponer de tiempo suficiente que dedicar a otros menesteres, a pesar del interés que en ello pudiera tener Pero amaba las cosas bellas, y había visto muchas en el transcurso de su vida en Mantua, Padua y Venecia, así como en sus raras visitas a Roma.
Disfrutaba con el trato de artistas ilustres, a quienes siempre acogía gustoso y con miras a aumentar sus conocimientos artísticos. Este trato, unido a sus lecturas, contribuyó, sin duda, a educar su gusto, que era excelente y refinado de por sí, a veces casi severo. La Exposición de Arte Sacro organizada en Venecia, en la preciosa iglesia de los Santos Juan y Pablo, debió su origen a la iniciativa alentadora del Patriarca, Cardenal Sarto, que se tomó infinitos trabajos para asegurar su éxito. A este propósito debo hacer constar su costumbre de recordar lo maravillosamente que se hallan descritas las verdades de la fe católica en los tesoros inapreciables del arte cristiano antiguo, tan profusamente esparcidos por Italia, y cómo los maestros de antaño estaban imbuidos del verdadero espíritu de la Iglesia. "En la Italia moderna —decía con frecuencia—, la vida y el sentimiento de ese lenguaje sublime están dormidos y es preciso despertarlos una vez más."
Censuraba rigurosamente cualquier negligencia en la vigilancia debida a los tesoros artísticos e históricos. Las circulares que repetidamente dirigía al clero de Italia y del extranjero, dando instrucciones precisas y reglas prácticas en este sentido, merecen una atención más minuciosa de la que hasta ahora se les ha prestado. Afirmaba sin vacilación que los museos y galerías de arte son necesarios para la conservación de herencias valiosas, ya que si éstas se perdieran o deterioraran, no podrían ser nunca repuestas. Pero consideraba dichas instituciones en cierto modo inadecuadas, y de buena gana las hubiera suplido de otra manera. Sustentaba el criterio de que las obras artísticas e históricas debían permanecer en el lugar para el que habían sido creadas, y que el separarlas de su sitio, a menudo, desfigura el fin buscado por sus autores.
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