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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

14 de noviembre de 2008

El Papa San Pío X: Memorias (10)


por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val


Capítulo IX

PIO X Y LAS ARTES


La Iglesia ha dispensado siempre su generosa protección a las artes donde quiera que haya ejercido su influencia. Roma es un testimonio elocuente de este aserto, de la tradi­cional munificencia de sus Pontífices y de sus ilustrados es­fuerzos, no sólo para conservar los monumentos antiguos y las innumerables reliquias del pasado, así paganas como cris­tianas, sino también para alentar la actividad de artistas que daban pruebas de un genuino talento.

Y esto ha sido igual­mente cierto en períodos agitados de la Historia, cuando los Pontífices estaban abrumados con problemas económicos y por los arduos deberes de su apostólico ministerio. Sin embargo, es evidente que, considerados individualmen­te, no todos los Papas han sido personalmente dotados de un temperamento artístico ni nclinados por su educación a pro­fesar un interés especial por el arte.

Ya he apuntado que Pío X estaba demasiado absorbido, como sacerdote y como pastor, por su enorme celo y gran actividad en pro de la salvación de las almas, para disponer de tiempo suficiente que dedicar a otros menesteres, a pesar del interés que en ello pudiera tener Pero amaba las cosas bellas, y había visto muchas en el transcurso de su vida en Mantua, Padua y Venecia, así como en sus raras visitas a Roma.

Disfrutaba con el trato de artistas ilustres, a quienes siempre acogía gustoso y con miras a au­mentar sus conocimientos artísticos. Este trato, unido a sus lecturas, contribuyó, sin duda, a educar su gusto, que era ex­celente y refinado de por sí, a veces casi severo. La Exposición de Arte Sacro organizada en Venecia, en la preciosa iglesia de los Santos Juan y Pablo, debió su origen a la iniciativa alentadora del Patriarca, Cardenal Sarto, que se tomó infinitos trabajos para asegurar su éxito. A este propósito debo hacer constar su costumbre de re­cordar lo maravillosamente que se hallan descritas las verda­des de la fe católica en los tesoros inapreciables del arte cris­tiano antiguo, tan profusamente esparcidos por Italia, y cómo los maestros de antaño estaban imbuidos del verdadero espí­ritu de la Iglesia. "En la Italia moderna —decía con frecuen­cia—, la vida y el sentimiento de ese lenguaje sublime están dormidos y es preciso despertarlos una vez más."

Censuraba rigurosamente cualquier negligencia en la vigi­lancia debida a los tesoros artísticos e históricos. Las circula­res que repetidamente dirigía al clero de Italia y del extranje­ro, dando instrucciones precisas y reglas prácticas en este sen­tido, merecen una atención más minuciosa de la que hasta ahora se les ha prestado. Afirmaba sin vacilación que los museos y galerías de arte son necesarios para la conservación de herencias valiosas, ya que si éstas se perdieran o deterioraran, no podrían ser nunca repuestas. Pero consideraba dichas instituciones en cierto modo inadecuadas, y de buena gana las hubiera suplido de otra manera. Sustentaba el criterio de que las obras artísticas e históricas debían permanecer en el lugar para el que habían sido creadas, y que el separarlas de su sitio, a menudo, desfi­gura el fin buscado por sus autores.

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