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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

9 de noviembre de 2008

Herejes (12)


por Gilbert K. Chesterton


El paganismo y Lowes Dickinson

Sobre el nuevo paganismo (o neopaganismo), tal como fue espectacularmente predicado por Swinburne, o delicadamente por Walter Pater, no hay necesidad de dejar mucha constancia, excepto como algo que dejó tras de sí incomparables ejercicios en la literatura inglesa. El nuevo paganismo ya no es nuevo, y nunca, en ningún momento, se pareció en lo más mínimo al paganismo. Las ideas sobre la civilización antigua que han arraigado en la mentalidad pública son ciertamente extraordinarias.

El término «pagano» se usa constantemente en la ficción y en la literatura superficial como sinónimo de «hombre sin religión», cuando lo cierto es que el pagano solía ser un hombre con media docena de ellas. Los paganos, según esta noción, se pasaban el día tocándose con coronas de flores y bailando en estado de embriaguez, cuando lo cierto es que, si había dos cosas en las que la mejor civilización pagana creía sinceramente, eran en un sentido de la dignidad bastante rígido y en un sentido de la responsabilidad rígido en exceso. A los paganos se los representa, sobre todo, como ebrios y libertinos, cuando lo cierto es que, sobre todo, eran razonables y respetables. Se les alaba por desobedientes, cuando poseían sólo una gran virtud: su obediencia cívica. Se les envidia y se les admira por ser desver­gon­zadamente felices, cuando lo cierto es que su único gran pecado fue la desesperación.

Lowes Dickinson, el más maduro y provocador de los escritores que últimamente han abordado este tema y otros similares, es un hombre demasiado sólido como para haber caído en el viejo error de considerar el paganismo como una mera forma de anarquía. Para usar en beneficio propio ese entusiasmo helénico que tiene como ideal el mero apetito y el egotismo, no hace falta conocer gran cosa de filosofía, basta con saber algo de griego. Lowes Dickinson sabe bastante de filosofía, así como mucho griego, y su equivocación, si es que se equivoca, no es la del simple hedonista. Pero la diferencia que establece entre cristianismo y paganismo en la cuestión de los ideales morales – diferencia que expone con maestría en un ensayo titulado «How long halt ye?» [«¿Hasta cuándo claudicaréis?»] publicado en la Independent Review – contiene, en mi opinión, un error más profundo. Según él, el ideal del paganismo no era, claro está, un mero paroxismo de desenfreno, libertad y capricho, sino un ideal de humanidad plena y satisfecha.Según él, el ideal del cristianismo es un ideal de ascetismo.
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