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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

13 de noviembre de 2008

Herejes (13)



por Gilbert K. Chesterton



XIII

Celtas y "Celtófilos"

La ciencia, en el mundo moderno, tiene muchos usos, aunque el principal de ellos, con todo, es el de generar palabras muy largas y disimular los errores de los ricos.

El término «cleptomanía» es un vulgar ejemplo de ello.

Y está a la altura de la curiosa teoría que siempre se aventura cuando una persona rica o importante se halla en la picota, y que consiste en decir que la divulgación de su falta siempre es más castigo para los ricos que para los pobres. Lo cierto, por supuesto, es precisamente lo contrario. La divulgación de una falta es más castigo para un pobre que para un rico. Cuanto más rico es un hombre, más fácil le resulta ser un pillo.

Cuanto más rico es un hombre, más fácil le resulta ser popular y gozar del respeto general en las «Islas Caníbales ». Pero cuanto más pobre es un hombre, más probable es que deba presentar su vida pasada cada vez que quiera pasar la noche en algún establecimiento. El honor es un lujo para los aristócratas, pero una necesidad para los porteros. Este es un asunto secundario, pero constituye un ejemplo de la proposición general que planteo, una proposición según la cual una enorme cantidad de ingenio moderno se consume en defender la conducta indefendible de los poderosos. Como acabo de anticipar, estas defensas suelen mostrarse de manera más enfática cuando apelan, en sus formas, a la ciencia física. Y de todas las formas en que la ciencia, o la pseudociencia, ha acudido al rescate de los ricos y los estúpidos, no hay ninguna otra tan singular como la singular invención de la teoría de las razas.

Cuando una nación rica como la inglesa descubre el hecho patente de que, en una nación más pobre, como la irlandesa, está creando un desastre intolerable, se detiene un instante, consternada, y empieza a referirse a los celtas y los teutones. Según lo que entiendo yo de esa teoría, los irlandeses son celtas y los ingleses, teutones.

Lo cierto, claro está, es que los irlandeses no son más celtas de lo que los ingleses son teutones. No he seguido la discusión etnológica con mucho empeño, pero la última conclusión científica que leí se decantaba, básicamente, por la idea de que los ingleses eran sobre todo celtas, y los irlandeses, teutones. Pero ningún hombre vivo con el más leve sentido auténticamente científico se plantearía siquiera aplicar los términos «celta» o «teutón» a cualquiera de los dos en sentido positivo o utilitario. Esas cosas deben quedar para quienes hablan de la «raza anglosajona» y extienden la expresión a América.

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