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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

12 de noviembre de 2008

El Pensamiento de la Revolución Nacional (4)


por el Dr. Antonio de Oliveira Salazar



CAPITULO III

Dictadura administrativa y revo­lución política

Este discurso viene a ser un balance de la obra realizada por la Dictadura al cuarto año de su adve­nimiento. El acto tuvo lugar el 28 de Mayo de 1928, en una reunión celebrada en la Sala do Risco con asistencia de los jefes y oficiales del Ejército y la Marina.

En aquella ocasión el Dr. Oliveira Salazar, llevaba dos años desempeñando el Ministerio de Hacienda.

El desorden político, financiero, económico y social

Se dice que los reyes no tienen memoria; pero parece que los pueblos aún la tienen peor. Si se fuera a dar crédito a las cosas que por ahí se escriben y a muchas más que por ahí se dicen, los cuatro años de Dictadura que han transcurrido serian inexistentes en la historia de Portugal. En el ansia de mejoras y de mayo­res progresos, se esfuma el recuerdo de los ma­les que veníamos sufriendo, y no se aprecia de­bidamente el bien que ahora disfrutamos. Acordémonos del pasado, para hacer justicia al presente. Antes de haberse iniciado el trabajo de reor­ganización, una sola palabra — desorden — definía en todos los aspectos la situación de Portugal.

El desorden político

En la cumbre — en parte causa, en parte efecto de todos los demás desórdenes—el irregular fun­cionamiento de los poderes públicos. Fueran los que fueran el valor de los hombres y la recti­tud de sus intenciones, los partidos, las fac­ciones, los grupos, los centros políticos se creían legítima encarnación de la democracia, ejercían de hecho la soberanía nacional, y or­ganizaban, además, los movimientos sedicio­sos. La Presidencia de la República no tenia fuerza ni estabilidad. El Parlamento ofrecía permanentemente un espectáculo de desacuer­do, de tumulto, de incapacidad legislativa o de obstruccionismo, escandalizando al País con sus procedimientos y la inferior calidad de su trabajo. A los ministerios les faltaba consisten­cia; no podían gobernar incluso cuando sus miembros lo querían. La administración pú­blica, comprendiendo en ella la de los núcleos autárquicos y la de las colonias, no represen­taba la unidad, ni la acción progresiva del Es­tado; era, por el contrario, el símbolo vivo de la desconexión general, de la irregularidad, de la falta de coordinación, apta para engendrar el escepticismo, la indiferencia y el pesimismo en los mejores espíritus.
Desorden: el desorden político.

El desorden financiero

En correspondencia con éste, que envene­naba toda la vida portuguesa, existían en la me­trópoli y en las colonias el desorden financiero y el desorden económico, agravándose mutua­mente y aumentando el desorden político, en un circulo vicioso de males nacionales. No está en mi ánimo examinar minuciosamente aquel estado de desequilibrio financiero en que se absorbían todos los ingresos normales, todo el rendimiento de los nuevos impuestos y tasas votadas por el Parlamento, sin enjugar el déficit que devoraba las emisiones de billetes del Banco de Portugal y las disponibilidades de la Caja Económica Portuguesa, los bonos del Tesoro y la deuda consolidada, mientras que en el presupuesto, en la Tesorería y en las cuen­tas, los excesos de las autonomías legales o ile­gales, y los atrasos en los pagos, en las liquidaciones, en los contratos y en las estadísticas, introducían la incertidumbre y la confusión. Renuncio a fatigaros con números, pero hay una cifra que merece la pena de ser citada. Ya después de la guerra, y apesar de los esfuerzos interesantes, pero aislados, que se hicieron para remediar la situación, el déficit anual, redu­cido a oro al cambio medio de cada ejercicio, fue de cerca de cinco millones de libras esterli­nas, lo que representa, en seis años, unos treinta millones de libras, o sean tres mil millones de escudos. Y es sabido que de tan grandes sumas gastadas, fue bien modesta la parte destinada a un enriquecimiento verdadero y a una valori­zación, del activo nacional.
Desorden: el desor­den financiero.

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