por el Dr.Raúl Leguizamón
Tomado del Blog de Cabildo
odo marchaba fantástico hasta la segunda mitad del siglo XIX. Era la época oro del materialismo clásico. Con su reduccionismo a ultranza, sus certezas absolutas, su determinismo inexorable, su infantil ingenuidad. Era, aparentemente, el triunfo de Laplace, de La Mettrie, de D'Holbach, de Karl Vogt, de Ludwig Büchner, de Darwin… Una época en la que se creía que los átomos eran pequeñísimos corpúsculos materiales sin misterios; las células, “bolsitas” de proteínas, y el pensamiento una “secreción” de las neuronas. La Edad de Oro del racionalismo del siglo XVIII. Pero la realidad es “reaccionaria”, como decía Lenín.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los campos de fuerzas electromagnéticas de Maxwell, presentaron una realidad empírica que escapaba por completo a las interacciones materiales entre partículas. Lo cual representaba un cuestionamiento fundamental a la Física del siglo XIX, que pretendía explicar toda la realidad sobre la base de las propiedades extensivas de la materia, pero, debido a los prejuicios filosóficos materialistas dominantes, esto se consideró sólo como una pequeña fisura en el sólido edificio de la ciencia moderna. Nadie podía prever el cataclismo que se avecinaba.
El 14 de diciembre del año 1900, Max Planck, Profesor de Física de la Universidad de Berlín, dejaba caer la bomba. Después de muchas vacilaciones, debidas a su formulación en la Física clásica, este autor demostraba la discontinuidad de la emisión y la absorción de la energía, iniciando, de esta manera, lo que se ha dado en llamar “la revolución cuántica” de la Física, que obligó a repensar toda la Física a nivel atómico. Y la catástrofe continuó.
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A partir de la segunda mitad del siglo XIX, los campos de fuerzas electromagnéticas de Maxwell, presentaron una realidad empírica que escapaba por completo a las interacciones materiales entre partículas. Lo cual representaba un cuestionamiento fundamental a la Física del siglo XIX, que pretendía explicar toda la realidad sobre la base de las propiedades extensivas de la materia, pero, debido a los prejuicios filosóficos materialistas dominantes, esto se consideró sólo como una pequeña fisura en el sólido edificio de la ciencia moderna. Nadie podía prever el cataclismo que se avecinaba.
El 14 de diciembre del año 1900, Max Planck, Profesor de Física de la Universidad de Berlín, dejaba caer la bomba. Después de muchas vacilaciones, debidas a su formulación en la Física clásica, este autor demostraba la discontinuidad de la emisión y la absorción de la energía, iniciando, de esta manera, lo que se ha dado en llamar “la revolución cuántica” de la Física, que obligó a repensar toda la Física a nivel atómico. Y la catástrofe continuó.
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