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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

15 de diciembre de 2008

Las grandes herejías (3)





por Hilaire Belloc

Capítulo 3

La Herejía Arriana




l arrianismo fue la primera de las grandes herejías.
Desde la fundación de la Iglesia en Pentecostés del año 29 o 33 DC existió una masa de movimientos heréticos que llenó los tres primeros siglos. Casi todos ellos, se volcaron hacia la naturaleza de Cristo.
La predicación, la personalidad y los milagros de Nuestro Señor, pero sobre todo su resurrección, tuvieron el efecto de promover la concepción de un poder divino. Esta concepción impregnó toda la cuestión para cualquiera que tuviese un mínimo de fe en las maravillas presentadas.
Ahora bien, en esto la tradición central de la Iglesia, al igual que en cualquier otro caso de doctrina disputada, fue sólida y clara desde el comienzo. Nuestro Señor fue indudablemente un hombre. Nació como nacen los hombres. Murió como mueren los hombres. Vivió como un hombre y fue conocido como hombre por un grupo de íntimos compañeros y un número muy grande de hombres y mujeres que lo siguieron, lo escucharon y presenciaron sus acciones.
Pero, dijo la Iglesia, también fue Dios. Dios descendió sobre la tierra y encarnó en un hombre. No fue meramente un hombre influenciado por la Divinidad, ni tampoco una manifestación de la Divinidad bajo una apariencia humana. Fue al mismo tiempo plenamente Dios y plenamente Hombre. Sobre esto, la tradición central de la Iglesia nunca vaciló. Fue dado por sentado desde el principio por quienes tienen autoridad para hablar.
Pero un misterio resulta por fuerza incomprensible precisamente por ser misterio. Por eso el ser humano, siendo un ser racional, está perpetuamente intentando racionalizarlo. Eso fue lo que sucedió con este misterio. Un grupo dijo que Cristo fue solamente un hombre, si bien un hombre dotado de poderes especiales. El otro grupo, en el extremo opuesto, dijo que fue una manifestación de lo divino; que su naturaleza humana fue ilusoria. Y estos extremos se alternaron indefinidamente.
Pues bien, la herejía arriana fue en cierta forma el resumen y la conclusión de todos estos movimientos del lado no ortodoxo; esto es: de todos los movimientos que no aceptaban el misterio pleno de las dos naturalezas.Desde el momento en que es muy difícil racionalizar la unión de lo infinito con lo finito, puesto que existe una aparente contradicción en los dos términos, la forma final en la que quedó resuelta la confusión de las herejías fue una declaración según la cual Nuestro Señor poseyó tanto de la Esencia Divina como le es posible poseer a una creatura pero que, así y todo, no dejó de ser una creatura. No fue el Dios infinito y omnipotente quien por su naturaleza tiene que ser uno e indivisible, y no podía ser al mismo tiempo (así dijeron) un ser humano limitado manifestándose y teniendo su ser en la esfera temporal.

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