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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

17 de diciembre de 2008

Los frutos de la unidad católica


Por Andrés Gambra Gutiérrez

Ponencia presentada en el XIV centenario del III Cocilio Toledano





n la hora presente de España -y de un modo más preciso en la actual coyuntura por la que atraviesa la Iglesia española- resulta prácticamente inviable intentar una caracterización de la historia de nuestra patria que pondere en términos favorables y a la par susceptibles de obtener la aquiescencia de una mayoría de los católicos españoles, el hecho de la unidad religiosa característico de su devenir social, político y cultural durante la mayor parte de los mil cuatrocientos años que median entre nosotros y el III Concilio de Toledo.

Cerco a la unidad católica

Semejante imposibilidad es el resultado de un doble proceso hecho de elementos hasta cierto punto concomitantes: la repercusión de una parte, en la opinión común, manipulada sin trabas por los massmedia, de los argumentos de una tenaz leyenda Negra -hoy debidamente incorporados al catecismo básico del demócrata comme il faut-, que se empeña en reconocer en la multisecular inspiración católica de nuestra cultura al responsable principal de la inadecuación de la sociedad española a los modos de vida contemporáneos; y de otro la aceptación, -más o menos sincera y más o menos explícita según los casos, pero casi siempre operativa- por una mayoría de la jerarquía católica, y de los orientadores de la baqueteada comunidad de los creyentes, de los supuestos del liberalismo católico, doctrina según la cual la renuncia a la tradicional concepción teodosiana de las relaciones entre la religión y las instancias organizativas del cuerpo social supone un paso "positivo" en un imaginario proceso purificador, de superación de "estructuras obsoletas", orientado a la conquista por el catolicismo aggiornado de una mayor autonomía en sus relaciones con la sociedad civil.

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