por Giovanni Guareschi
El huevo y la gallina
NTRE los hombres de Peppone había uno al que llamaban Bólido.Era una bestia enorme, lenta y tarda como un elefante y un poco tocado. Bólido pertenecía a la "escuadra política", capitaneada por el Pardo y tenía la función de tanque: cuando era preciso aventar una asamblea adversaria, Bólido se ponía al frente de la escuadra y no había quien lo detuviese en su inexorable avance, y de esa manera el Pardo y los que lo seguían, podían llegar bien pronto hasta la tribuna del orador, y allí, con silbidos y mugidos, lo reducían a silencio en contados minutos.
Una tarde en que Peppone se encontraba en el comité, rodeado de todos los cabecillas de las seccionales, entró Bólido. Una vez puesto Bólido en movimiento, para detenerlo se necesitaba una bomba explosiva. Así que todos se hicieron a un lado y lo dejaron pasar. Sólo se detuvo ante el escritorio de Peppone.
–¿Qué quieres? – preguntó Peppone fastidiado.
–Ayer le he dado una paliza a mi mujer. – explicó Bólido, bajando la cabeza avergonzado – Pero la culpa fue suya.
–¿Y vienes a decírmelo a mí? – gritó Peppone – ¡Anda a contárselo al párroco!
–Ya se lo conté. – contestó Bólido – Pero don Camilo me ha contestado que ahora, con el artículo 7° las cosas han cambiado, que él no puede absolverme y que debes hacerlo tú, que eres el jefe del comité.
Peppone, dando un puñetazo en la mesa hizo callar a los otros, que se reían a carcajadas.
–Ve a decirle a don Camilo que se vaya al infierno – gritó.
–Voy, jefe; – dijo Bólido – pero primeramente me debes absolver.
Peppone empezó a gritar, pero Bólido, sacudiendo la cabezota, gruñó:
–Yo no me muevo de aquí si no me absuelves. Y si dentro de dos horas no me has absuelto, empiezo a romper todo, porque eso significa que la tienes conmigo.
La alternativa era, o matar a Bólido o ceder.
–¡Te absuelvo! – gritó Peppone.
–No, así no vale; – rezongó Bólido – tienes que absolverme en latín como hace el cura.
–¡Ego te absolvio! – dijo Peppone que reventaba de rabia.
–¿Qué penitencia debo cumplir? –preguntó Bólido.
–Ninguna.
–Bien. – dijo Bólido complacido, iniciando la retirada – Ahora voy a decirle a don Camilo que se vaya al infierno, y si hace cuestión, se la doy.
–Si hace cuestión, quédate quieto, si no quieres que te dé él la paliza. – le dijo a gritos Peppone.
–Bueno; – aprobó Bólido – pero si me ordenas dársela, yo se la doy lo mismo, aunque después la reciba también.
Don Camilo esperaba ver llegar esa misma noche a Peppone hecho una fiera. En cambio no se dejó ver. Apareció la tarde siguiente con su estado mayor, y todos se pusieron a charlar, comentando un diario, sentados en los bancos situados delante de la casa parroquial.
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