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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

13 de enero de 2009

El significado de la canonización de Pío X




Por el R. P. Julio Meinvielle


Tomado de Stat Veritas




los cuarenta años de su muerte, Pío X acaba de ser canonizado. Todavía están presentes en el escenario del mundo, muchos que fueran testigos del fuego ardiente de su fe y de su caridad. Pío X fue un santo. Y el secreto de su santidad fue la Fe. "Nada había más natural a sus ojos que lo sobrenatural. Creía como respiraba, porque de tal suerte Dios le era sensible. El mundo de la Fe le era familiar, y se movía en él con comodidad, mientras que el mundo, así solo, donde iba a vivir y actuar debía permanecerle extraño, o al menos le parecía tal, porque la fealdad de sus pensamientos y de sus costumbres horribles le repugnaban. No se mezclará en él sino forzado a la lucha contra los enemigos declarados de la Iglesia y contra los adversarios emboscados del Dogma, en que las antenas sobrenaturales de su Fe intrépida captarán las inspiraciones divinas para dictarle decisiones humanamente sorprendentes, imprevistas, pero poderosamente fecundas". (1)

Porque Pío X se movía en el mundo de la Fe, podía estimar en su justo valor el estado del mundo y medir la gravedad de los errores que le ame­nazaban. De aquí el significado de sus reprobaciones contra desvaríos espirituales que han determinado el estado calamitoso en que se encuentra hoy el mundo.

Tres son estos desvaríos. El primero lo constituye la guerra contra los derechos imprescriptibles de la Iglesia, llevada a cabo particularmente en Francia por el gobierno masónico de Combes. Frente a un gobierno, empeñado en crear una Iglesia y un episcopado " nacional " , Pío X se yergue como un gigante en toda la majestad de su soberana autoridad y pro­nuncia el non possumus. El gobierno rompe relaciones con la Iglesia, se incauta de sus bienes, prohíbe todo acto de culto en las escuelas, en el ejército y en todos los establecimientos públicos y niega en absoluto el derecho de enseñar a las congregaciones religiosas. Pío X, en su encíclica VEHEMENTER del 11 de febrero de 1907 reprueba y condena la ley votada en Francia de separación de la Iglesia y del Estado. "En consecuencia, dice allí, Nos protestamos solemnemente con todas nuestras fuerzas contra la proposición, contra el voto y contra la promulgación de esta ley, declarando que nunca podrá ser ella alegada contra los derechos imprescriptibles de la Iglesia para debilitarlos."

Más peligrosa que la acción de los enemigos de fuera lo es siempre la de los enemigos de dentro. Pío X va a proceder con toda energía para conjurar el mal, tan frecuente entonces como ahora en los medios católicos, de acomodar la doctrina y la ac­ción social-política a los requerimientos del siglo.

Las corrientes subjetivistas, inmanentistas y evo­lucionistas que inficionaban la mentalidad moderna se infiltraban en los ambientes intelectuales católicos determinando en exégesis, historia de los dogmas y de la Iglesia, filosofía y teología una nueva interpretación del cristianismo que, en la realidad de los hechos, lo alteraba fundamentalmente, y, con ello, lo destruía. Contra ese segundo desvarío espi­ritual, conocido con el nombre de modernismo, Pío X pronuncia sentencia de condenación en el decreto "Lamentabili" del 17 de julio de 1907, y más particularmente en la encíclica PASCENDI, del 7 de setiembre del mismo año, en la que lo califica como "colección de todas las herejías".

La adaptación al espíritu moderno determinaba en el plano social-político errores no menos peligro­sos que podríamos denominar demoliberales. Ha­ciendo del pueblo la fuente de la autoridad pública, Marc Sangnier y su equipo del 'Sillon buscaba un ordenamiento social-político fundado en la nivela­ción de clases, soñando así cambiar las bases natu­rales y tradicionales de la sociedad para edificar la sociedad del futuro sobre otros principios que serían más fecundos y bienhechores que aquellos sobre los que reposa la sociedad cristiana actual. Contra este tercer desvarío espiritual, mezcla de liberalismo y socialismo, Pío X enseña de manera categórica " No, Venerables Hermanos —preciso es recordarlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores—, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la ciudad nueva por edificar en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos natu­rales y divinos contra los ataques, siempre renova­dos, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: omnia instaurare in Christo". (2)

Pero Pío X comprendió que de nada valían estas condenaciones de los documentos públicos si la conducción diaria de los asuntos de la Iglesia no estaba en manos de hombres verdaderamente de Dios. Por esto llamó junto a sí, para que compartiera el gobierno de la Iglesia en la secretaría de Estado, al Cardenal Merry del Val. Pero no es esto todo. Un prelado romano, muy discutido y atacado, Mons. Benigni, fundó con la aprobación expresa de Pío X el Sodalitium Pianum, o Sapiniére, en abreviatura S.P., para descubrir las infiltraciones moder­nistas y demoliberales dentro de la Iglesia y, con ello, mantener la pureza e integridad de la verdad católica en el plano del pensamiento y de la acción.

Pío X ha sido violentamente atacado por la firmeza de sus directivas espirituales. Y cuando, en razón de la santidad notoria de su vida, no se han atrevido a atacarlo a él directamente, lo han con­siderado "un santo cura de campaña" y se han en­sañado, en cambio, con el Cardenal Merry del Val y con Mons. Benigni. Una de las objeciones, en apariencia más sólidas, que se ha levantado con­tra la santidad del Pontífice en el proceso de su canonización, la han constituido precisamente las actividades del ilustre Cardenal y de Mons. Benigni.

Pero, en vano, como lo manifestó Pío XII, en el discurso que pronunció el 3 de junio de 1951 en la Plaza de San Pedro, en ocasión de la beatificación del gran Pontífice. " Ahora, dijo entonces, que el examen más minucioso ha descubierto a fondo to­dos los actos y las vicisitudes de su pontificado, ahora que se conocen las consecuencias de aquellas vicisitudes, ninguna duda, ninguna reserva es ya po­sible, y se debe reconocer que, aun en los períodos más difíciles, más ásperos, más graves y de más res­ponsabilidad, Pío X, asistido por la gran alma de su fidelísimo secretario de Estado, el Cardenal Merry del Val, dio prueba de aquella iluminada prudencia que nunca falta en los santos, aunque en sus apli­caciones se encuentre en contraste doloroso, pero inevitable, con los engañosos postulados de la pru­dencia humana y puramente terrestre". (3)

Pero hay todavía más. Pío XII no se ha contentado con defender a Pío X y a sus ilustres colaboradores. Ha hecho el elogio positivo de sus cualidades extraordinarias. "Con su mirada de águila, más pers­picaz y más segura que la corta vista de miopes razonadores, veía el mundo tal como era, veía la misión de la Iglesia en el mundo, veía con ojos de santo Pastor cuál era su deber en el seno de una sociedad descristianizada, de una cristiandad con­taminada, o, al menos, acechada por los errores de la época y por la perversión del siglo."

"La mirada de águila" de Pío X vio claro asimismo en el asunto de l'Action Française y de Charles Mau­rras. Cierto que la incredulidad religiosa de Mau­rras, que había perdido la fe en su juventud, ha alcanzado un grado de sacrílega impiedad y de blasfemia en obras como Anthinea y Le chemin de Pa­radis. Pero el programa de acción política contra el demoliberalismo de la Revolución, forjado por Maurras, ofrecía garantías para una firme restauración social-política en la línea católica. Su Action Française era, en el plano político, una defensa de la Iglesia contra la Revolución. A Camille Bellaigue, que pedía una bendición para Maurras, le respondió Pío X: "¡Nuestra bendición! ¡Pero todas nuestras bendiciones! Y decidle que es buen defensor de la Fe". (4)

Creemos conveniente recordar estos hechos para descubrir el significado completo de la canonización de Pío X, en este año de 1954. Los errores que él condenó y anatematizó con energía desusada se en­cuentran hoy, para mal de Francia y del mundo, en pleno apogeo. Laicismo de Estado, debilitamiento de la doctrina católica, infiltración del marxismo. De modo particular estos errores han hecho presa de Francia y aun de Italia. Los acontecimientos últimos producidos en el sector católico de estos dos países los ponen en evidencia.

Pero, felizmente, estos errores al desarrollarse y mostrar sus perversas virtualidades han puesto en guardia a muchos hombres todavía responsables y ello ha de determinar que los pueblos busquen la solución de sus problemas en el caminó señalado por el gran Pontífice. Santidad de vida e integridad de doctrina, recta concepción del ordenamiento econó­mico-político de la ciudad, prudentes pero progre­sivas y efectivas reformas que eliminen las injusti­cias sociales, son tres condiciones inseparables para restaurar la ciudad católica. Desgraciadamente en nuestro tiempo se ha confundido, de manera inex­tricable, reforma de las injusticias con izquierdismo económico-político y se ha querido bautizar esa confusión con un sentimentalismo evangélico, sucedáneo de la caridad. El mérito excepcional de San Pío X consiste precisamente en que, siendo él un luminar ardiente de auténtica caridad, ha estable­cido las condiciones para que, sin confusión, se adjudicasen las justas partes que se deben a la verdad y a la justicia.

Finalmente, la canonización del Papa que conde­nó el modernismo y el demoliberalismo en el mismo año en que su sucesor Pío XII toma enérgicas me­didas contra el modernismo de teólogos franceses y contra el socialismo de los prêtres-ouvriers, es signo de feliz presagio para la noble nación fran­cesa. Los que amamos a Francia, a la Francia de San Luis y de Juana de Arco, creemos que han de encontrar cumplimiento las palabras que Pío X pronunció en el Consistorio del 29 de noviembre de 1911.

Dijo el Santo Pontífice: "Hijos de Francia que gemís bajo la persecución, sabedlo, el pueblo que ha hecho alianza con Clodoveo en las fuentes bau­tismales de Reims, se arrepentirá y volverá a su primera vocación. Un día vendrá, y Nos esperamos que no sea lejano, en que Francia, como Saulo sobre el camino de Damasco, será envuelta con una luz celeste y oirá una voz que le repetirá: «Hija mía, ¿por qué me persigues?». Y sobre su respuesta: «¿quién eres tú, señor?» la voz replicará: «Yo soy Jesús a quien tú persigues... Duro te es dar coces contra el aguijón, porque en tu obstinación tú te reniegas a ti misma». Ella, temblando, sorprendida, dirá: «Señor, ¿qué queréis que haga?» y Él: «Levántate, lávate de las manchas que te han desfigu­rado, despierta en tu seno los sentimientos dormidos y el pacto de nuestra alianza, y anda, Hija muy amada de la Iglesia, Nación predestinada, Vaso de elección, anda a llevar, como en el pasado, mi Nombre delante de los pueblos y de todos los reyes de la tierra»".

R. P. Julio Meinvielle, “ DIÁLOGO ” Nº 1, Primavera 1954.
Notas:

(1) T. R. P. Gillet, Appel au bon sens.
(2) Notre chame apostolique, del 25 de agosto de 1910.
(3) Ecclesia de Madrid, 9 de junio de 1951.
(4) HARY MITCHELL, Pie X et La France, Les Editions du Cèdre, Paris , 1954.

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