por el Dr. Antonio Caponetto
Tomado del blog de Cabildo
- I -
on ocasión de los 90 años del entrañable maestro Rubén Calderón Bouchet, redacté una breve nota aparecida en “Cabildo” a comienzos del 2008. Era una simple nota de gratitud y de reconocimiento admirativo, cuando mucho más se merecía el homenajeado.
El maestro bloguero —que odia ser llamado blogmaster— tuvo la gentileza de reproducirla en nuestro Blog —con algún retoque circunstancial— con ocasión del cumpleaños 91 de Don Rubén, esto es, principiando enero de 2009. Ahorita nomás.
Esa reproducción de una nota antigua —amical y sencilla, como digo— sirvió de inesperada ocasión para que un conjunto de personas debatiera acaloradamente en el blog sobre una diversidad de cuestiones que poco y nada tienen que ver con el merecido homenaje a Don Rubén.
No puedo entender ni admitir esta costumbre moderna de buscar una ocasión cualquiera como excusa, para desfogar odios, rencores e insultos en forma anónima, cayendo incluso en formas verbales ajenas al decoro y en gestos para nada caballerescos o caritativos. Los comentaristas —o como se los llame, y salvo honrosas excepciones, que deben ser celebradas expresamente— reducen el espacio digital a un conventillo, y a poco de andar, el blog, se convierte en lo más parecido a las paredes de un baño público, que yo conozca. Insultos, bravatas, pendencias, inquinas, vulgaridades y —sobre todo— un espíritu de “canilla libre”, de anarquía total. Cada cual dice lo que quiere y como quiere, amparado en la impunidad que le da el “nick” o pseudónimo virtual. El neologismo “postear” suele acabar así en sinónimo de putear, y la evagatio mentis parece ser la norma suprema del posteador típico.
Yo he sido y soy víctima de esta mala costumbre, pues de vez en vez me llegan noticias de que en ignotos blogs, otros no menos ignotos personajes, dicen de mí o sobre escritos míos lo que se les ocurre, sea a favor o en contra. A los generosos adherentes no sé bien cómo agradecerles; a los fervorosos atacantes los veo sumidos en un torbellino de ignorancias o de maledicencias tan burdo, que ningún hombre de bien puede condescender a responder nada. Vivir pendiente de tales polémicas ciberespaciales se me hace locura. Y en mi caso particular, supuesto lo quisiera, el tiempo no me da para tales menesteres. Navego muy poco por internet, y no tengo edad para cambiar de hábitos. Aunque me gusta admitir que hay sitios verdaderamente notables, y “posteadores” que son un modelo de ciencia y de estilo.
Así las cosas, y es la primera aclaración que deseo hacer, no creo prudente prestar nuestro Blog para estas peleas de bajo fondo entre anónimos. Quien tenga algo que decir, responsable y respetuosamente, que lo diga. Nos enriquecerá a todos. El Blog, la web y la edición gráfica de “Cabildo” están prontos a dar cabida a quienes, con rúbrica y seriedad, quieran hacernos llegar sus fundadas enseñanzas sobre éstos u otros temas análogos. Pero pendencias apócrifas y soeces, no, por favor. Para eso ya hay bastante espacio en la red. Si se llamara a esto censura previa, diré que sí, sin el menor remordimiento. Censurar, reprimir, discriminar, y otros verbos prohibidos hoy, gozan de plena legitimidad si no se equivoca el fin y si se los sabe conjugar. Censurar la mugre, verbigratia, no debe molestar sino a los pringosos.
Hasta aquí lo que juzgo debería ser nuestro criterio en el uso del blog, sin que el reto genérico que esbozo suponga desconocer los muchos y valiosos aportes que, a lo largo de estos años, nos han hecho llegar tantos y tantos espontáneos y desconocidos lectores.
- II -
En cuanto a los temas esenciales que se han planteado a propósito del homenaje a Don Rubén (esenciales, digo, que no esas subalternidades que han salido a relucir entre algunos de los participantes) y teniendo en cuenta que se me pedía una intervención, hago llegar en dos líneas mi opinión. Mi opinión, no mi dictamen.
1) La monarquía es una forma legítima de gobierno, especialmente elogiada y ponderada por los maestros del pensamiento clásico, contrarrevolucionario y católico. Sus mayores y mejores calificaciones teológicas hay que buscarlas en la mismísima Sacra Escritura. Y el principio monárquico que asegura la unidad, es el primero que enuncia Santo Tomás como constitutivo de su Régimen Mixto. No veo porqué, entonces, los nacionalistas no deberíamos ser monárquicos y admirar a los grandes reyes sabios y santos de la historia. Si de buscar un modelo de gobierno se trata, el del monarca justo y el de la realeza al servicio del bien común, no ha de sernos indiferentes.
Será bueno sobre el particular —brevitatis causa y porque con Don Rubén empezó todo— leer su ensayo “La política y el orden de la convivencia”. Como será bueno leer también su “Nacionalismo y Revolución”, para que se advierta que nada obsta a la preferencia monárquica el reconocimiento equilibrado, discernidor y prudente de los méritos políticos hallables en las distintas expresiones del Nacionalismo. A cada quien lo suyo: éso es justicia.
2) Que doctrinariamente podamos ser monárquicos —esto es, aceptar las ventajas de un modo legítimo y ventajoso de gobierno— no significa que los argentinos tengamos un candidato a rey, o que haya un rey que nos represente y exprese en las actuales circunstancias. En ocasiones se ha usado la expresión “monarquía sin corona”, para aludir a ciertos gobiernos que no son formalmente monárquicos, pero que han sabido tener las ventajas de la institución regia. Sarmiento, por ejemplo, llamó a Rosas “el Felipe II de América”; y el necio creyó que lo degradaba. Quiero decir que las ventajas básicas de la institución regia se pueden dar sin tener necesariamente una casa dinástica de la que surja un rey.
Identificar al monarquismo con el delirio o el utopismo es el gran triunfo de la Revolución, incluso dentro de la Iglesia. E identificar a la nobleza o al principado con las frivolidades hedonistas de ciertos cortesanos que aparecen en las revistas de moda, es —sencillamente— el triunfo del vicio. No prueba el mal de la monarquía, sino el hecho ya sabido de que la corrupción de lo mejor es la peor de todas.
3) El gran tema de la legitimidad de la independencia americana, pero básicamente, el de su recta y genuina comprensión, ha sido abordado en forma notable por Enrique Díaz Araujo, en su obra “Teoría de la Independencia”. Hay que leerla y rumiarla con atención.
De mi cosecha, y en dos líneas imperfectas, diré lo que sigue: hay quienes se independizaron y quienes hicieron de la independencia —en teoría y en praxis— una negra acción para desmembrar el Imperio Hispano-Católico. Y hay quienes, desmebrado el Imperio Hispano Católico por las negras acciones, en primer lugar, de los pésimos monarcas borbones, no hallaron otra salida que la independencia. La primera “independencia” es la que lamentablemente se impuso. Lo lamentamos profundamente. La segunda —signada por el fidelismo inquebrantable a nuestras raíces y por nuestra necesaria autonomía política— sólo fue un noble ideal de los verdaderos patriotas, ahogado por el liberalismo masónico. Alto ideal al que no se debe renunciar. No es lo mismo independizarse de la casa natal con el propósito vil de que de la casa queden ruinas, de la madre agravios y del padre ultrajes; que ante el derrumbe de la casa natal, por culposa negligencia de sus tutores, optar por el autonomismo, custodiando los penates sagrados para volverlos a fundar y a fructificar.
He tratado de ser un poquito más explícito al respecto, en una breve carta a Marcelo Grecco titulada “El problema del 25 de mayo”. Circuló por varios sitios, pero debajo de estas líneas la copio, por las dudas. Me parece —a juzgar por algunos comentarios que he recibido— que echa un hilo de luz. Con un poco más de pretensión analítica, he abordado asimismo el tema en el capítulo final de “Hispanidad y Leyendas Negras”. Me remito a mí mismo —pidiendo las disculpas del caso— porque la naturaleza de esta intervención “bloguera” tiene que ser necesariamente breve. Pero al mismo tiempo, porque puede ser que alguien tenga interés en profundizar un poco.
4) El Nacionalismo o el Monarquismo —para el caso lo mismo da— no plantea soluciones inaplicables. Sencillamente no ha tenido nunca la posibilidad histórica de probar la aplicabilidad de sus soluciones. Lo señalé con abundancia de ejemplos en mi trabajo “Del Proceso a De la Rua”, principalmente en su Estudio Preliminar. Más bien creo lo contrario: que si se hubiesen aceptado y aplicado las soluciones propuestas por el Nacionalismo, las cosas no estarían hoy como están. Y no hablo de “aceptar y aplicar” nuestras soluciones en los grandes lineamientos principistas y metafísicos, sino en los más pedrestes y concretos asuntos temporales. No ser una voz escuchada y ejecutada no es lo mismo que ser una voz sin soluciones.
5) Sobre lo que podemos y no podemos hacer hoy los nacionalistas —uso el verbo poder como sinónimo de capacidad operativa, por un lado, y como límite moral por otro— traté de explayarme en la parte final de mi trabajo “La perversión democrática”. Específicamente en el capítulo titulado “El quehacer político del católico”. El que tenga ganas puede hacer una excursión por esas páginitas.
6) Para salvar el alma tenemos cuatro pilares insustituibles. Lo que se ha de creer, y está en el Credo; lo que se ha de recibir, y está en los Sacramentos; lo que se ha de obrar, y está en los Mandamientos; y lo que se ha de pedir, y está en el Padrenuestro.
Como los nacionalistas católicos procuramos ser fieles a nuestra catolicidad, asumida sustantivamente y no como un aditamento, contamos con estos cuatro pilares, como cualquier hijo de vecino. Se nos va literalmente la vida, la de aquí y la de acullá, en la tarea de no traicionar estos cimientos.
Pero la tarea de salvar el alma de la patria, no es ajena ni opuesta a la tarea de salvar la propia alma. Por lo que enseña San Agustín, que no puede ser distinta la fuente del bien privado que la del bien público. De allí la Doctrina de la Realeza Social de Jesucristo, norte y meta de nuestra concepción política. Y sobre el particular, es mucho y bueno lo que se ha escrito y predicado, resultando inmejorable la “Quas Primas” de Pío XI.
Para ningún católico serio y coherente, puede ser lo mismo predicar y sostener la Reyecía Social de Cristo, que ignorarla o negarla como se suele hacer en nuestros días. A mi juicio, es este el tema y el combate hegemónico que hoy debemos plantearnos, más allá de las siempre atractivas discusiones sobre monarquismo, nacionalismo o independentismo.
Dejo aquí, no sin agradecer a quienes han participado en este modesto debate bloguero con elevado espíritu.
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Para leer el artículo "El problema del 25 de Mayo", publicado en este blog, haga click sobre este enlace
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