Tomado del Blog C.S. Lewis
7. Sobre los realismos
a palabra «realismo» tiene un significado en la lógica, donde su antónimo es «nominalismo», y otro en la metafísica, donde su antónimo es «idealismo». En el lenguaje político tiene un tercer significado, ya un poco envilecido: las actitudes que calificaríamos de «cínicas» cuando las asumen nuestros oponentes, las calificamos de «realistas» cuando somos nosotros quienes las asumimos. Lo que ahora nos interesa no es ninguno de estos significados de los términos «realismo» y «realista», sino los que tienen en la esfera de la crítica literaria; pero, incluso dentro de esta área limitada, se impone una distinción.
Todos diríamos que son realistas las precisas indicaciones de tamaño que encontramos en Gulliver, donde Swift menciona directamente las medidas, o en la Divina Comedia, donde Dante hace comparaciones con objetos conocidos. Y cuando el monje de Chaucer echa al gato del banco en que desea sentarse, diríamos que se trata de un toque realista[6]. Este tipo de realismo es el que denomino «realismo de presentación»: el arte de valerse de los detalles observados o imaginados con gran agudeza, para acercar algo al lector de modo que éste pueda palparlo vividamente. Por ejemplo: el dragón «que olfatea toda la piedra» en Beowulf; el Arturo de Layamon, que, al enterarse de que es rey, se sentó sin decir nada y «se puso rojo primero y pálido después»; los pináculos de Gawain, que parecían «de papel recortado»; Jonás, que entró en la boca de la ballena «como una mota por la puerta de una catedral»; los panaderos mágicos de Huon, que se quitan la masa de los dedos; Falstaff, que en su lecho de muerte se coge de la sábana; los arroyuelos de Wordsworth, que se oyen al atardecer pero que «a la luz del día son inaudibles»[7].
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