u nombre ha llegado hasta nosotros gracias a su amigo el papa san Gregorio el Grande, quien nos dice que fue abad del monasterio de San Marcos Evangelista en Espoleto, que vivió mucho tiempo y que "conversó conmigo en Roma, en mi monasterio, donde murió".
"Fue de tanta virtud", dice el pontífice, "que con sus oraciones resucitó un muerto", y le atribuye también la curación de una enfermedad que él padecía, "que si no comía a cada instante parecía acabárseme la vida". Bastó que el santo abad le bendijera para que san Gregorio no volviese a sentir los efectos de su mal.
Pero Eleuterio era citado sobre todo, más que por sus méritos, que debían de ser muchos, por una debilidad que nos lo hace sentir más próximo; no es el santo que se nos describe como casi impecable, sino el que es víctima de un momento de flaqueza. Ciertas monjas le habían encomendado la custodia de un niño atormentado por el Diablo, y como después de muchos días el Espíritu Maligno no se manifestase, parece ser que el abad comentó un día a sus monjes: "El Diablo se burlaba de aquellas santas religiosas, pero ahora no se atreve". Al instante el Demonio volvió a apoderarse del niño, y Eleuterio comprendió que en sus palabras había habido vanagloria. "Reconoció su culpa, lloróla amargamente y pidió a todo el monasterio que se pusiera en oración e hiciese penitencia". Una simple frase con una pizca de soberbia hizo que el Diablo volviese a sentirse en terreno propio, y se necesitó la colaboración de todos para volver a echarle.
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