Por Juan Manuel de Prada
ara evitar que malandrines y folloncicos como Avellaneda convirtieran a su Alonso Quijano en un pelele caricaturesco, decidió Cervantes enterrarlo, después de devolverle el juicio y hacerlo morir muy cristianamente; pero aquel designio cervantino se ha revelado inútil, porque nunca han faltado folloncicos que, a imitación del escritor fingido y tordesillesco, emborronan con pluma de avestruz grosera la figura de su ingenioso hidalgo, hasta dejarla hecha unos zorros. El último ha sido Hugo Chávez, que en su reciente visita madrileña nos ha dejado esta perla:
-Don Quijote era socialista.
Afirmación que ha causado gran embeleso entre la parroquia progre, que ha visto desfilar a Chávez por la Gran Vía como los paletos de Bienvenido, míster Marshall veían desfilar la comitiva de los americanos. A don Quijote le han colgado sambenitos de lo más variopinto y estrafalario; y del mismo modo que algunos han visto en él un loco furioso, siendo discretísimo, otros han querido convertirlo en socialista, adscripción injuriosa ante la que don Quijote no hubiese dudado en enristrar la lanza. Don Quijote le dijo en cierta ocasión a Sancho que ningún hombre es más que otro si no hace más que otro, según el concepto de igualdad cristiana que se extrae de la parábola de los talentos; y que es, exactamente, lo contrario de la igualdad socialista, que es una igualdad de hormiguero donde no importa lo que hagas sino lo que los socialistas hagan contigo. Y lo que hacen contigo los socialistas consiste en dejarte igual de pobre si ya lo eras; o en volverte pobre, en caso de que aún no lo fueses. Esta igualdad de hormiguero preconizada por el socialismo la ha aplicado Chávez a rajatabla en Venezuela, hasta convertirla en un parque temático de la pobreza; y el modelo chavista empieza a brindar sus frutos también en España, donde Zapatero se dispone a socorrer a los pobres con una limosnilla después de haberlos fabricado a ritmo estajanovista.
El éxito de la igualdad entendida al modo socialista consiste en negar al pobre la posibilidad de «hacer más que otro», arrebatándole sus talentos, que son fuerza activa y creadora, y sustituyéndolos por una buena dosis de resentimiento, que es fuerza pasiva y destructora. Para estimular el resentimiento, el socialismo se pone a fabricar pobres como un descosido; y, una vez fabricados, los mantiene en un estado de «pobreza controlada», como los bodegueros mantienen los vinos a una temperatura uniforme, mediante un subsidio o limosnilla que se recauda quitándole el dinero a quienes antes no eran pobres (pero que, tras el despojo, quedan reducidos a igual pobreza). El mal de muchos se erige entonces en consuelo de resentidos; y las primeras remesas de pobres fabricadas por el socialismo, en lugar de revolverse contra el causante de su mal, se consuelan al comprobar que ese mismo mal se extiende cual gangrena voraz a quienes hasta entonces no lo habían padecido. Y así, ya nadie se preocupa de «hacer más que otro», sino tan sólo de que el causante de su mal -a quien ya consideran su redentor- siga fabricando pobres sin descanso, en pos de la utopía socialista, que consiste en universalizar la pobreza. Utopía que nunca se alcanza del todo; porque si se alcanzara las sucesivas remesas de pobres fabricadas por el socialismo ya no tendrían sobre quién dirigir los dardos de su resentimiento. Pero en esta igualdad de hormiguero que preconiza el socialismo siempre hay una hormiga reina que duerme en sábanas de holanda, o en la misma cama en la que antes retozó la cantante Madonna, como acaba de hacer Chávez en un hotel de Madrid. Don Quijote, en cambio, reposaba sus apaleados huesos en los ásperos camastros de las ventas; pero don Quijote era un caballero cristiano, no un socialista como el que nos ha pintado con pluma de avestruz grosera el folloncico Chávez.
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