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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

16 de septiembre de 2009

Sobre el Orígen de la Vida





por el Dr. David Berlinski

(para conocer al autor haga click sobre su imágen)


Tomado de Ciencia Alternativa








stamos en 1828, un año que vio la muerte de Shaka, el rey zulú, la aprobación en los Estados Unidos del Arancel de las Abominaciones, y la batalla de Las Piedras, en América del Sur. También es el año en que el químico alemán Friedrich Wöhler anunció la síntesis de la urea a partir del ácido cianhídrico y el amoníaco.
Descubierta por H. M. Roulle en 1773, la urea es el principal componente de la orina. Hasta 1828, los químicos habían supuesto que la urea sólo podía ser producida por organismos vivos. Wöhler proporcionó la refutación más convincente de esta tesis que se pueda imaginar. Su síntesis de urea era digna de ser tenida en cuenta, observaba él con modestia, porque “aporta un ejemplo de producción artificial de una sustancia orgánica, denominada animal, a partir de materia inorgánica”.
El trabajo de Wöhler inició una revolución en la química; pero también inició una revolución en el pensamiento. Del mismo modo que los sistemas vivos son químicos en su naturaleza, se hizo posible imaginar que podían ser químicos en el origen, y si eran químicos en el origen, eran por tanto plenamente físicos en su naturaleza, y en consecuencia una parte del universo que podía ser explicada en términos “del modelo por el que la ciencia debe regirse”1.
En una carta enviada a su amigo, Sir Joseph Hooker, varias décadas después del descubrimiento de Wöhler, Charles Darwin se permitía especular. Al invocar “una pequeña sopa caliente”, cociendo en el oscuro e inaccesible pasado, Darwin imaginaba que, dados “el amoniaco y las sales fosfóricas, la luz, el calor y la electricidad, etc, presentes”, podría provocarse la generación espontánea de un “compuesto proteico”, de manera que este compuesto estuviera “listo para experimentar cambios aún más complejos”. Así comenzó la mismísima evolución darwinista.
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