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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

17 de septiembre de 2009

Y si hoy nos arrancan las cruces…






por el R.P. Angel David Martín Rubio


Tomado de su excelente Blog: Desde mi campanario







ada vez que se habla de quitar los crucifijos de lugares públicos o de suprimir símbolos religiosos tengo que reconocer que quienes promueven estas blasfemias demuestran más coherencia para el error que aquéllos que comparten los principios en los que se inspiran dichas iniciativas y ahora se rasgan las vestiduras condenando las consecuencias sin llegar a cuestionar el sistema que las ampara. Para estos últimos, el crucifijo es poco más que un signo cultural; de ahí que piensen que puede estar sin problemas en instituciones como las escuelas o los ayuntamientos que han abandonado hasta las más elementales referencias de lo que representan los valores de una sociedad sana. Sitios en los que igual se adoctrina para la ciudadanía que se practica la educación sexual al estilo de ZP o se gestiona la corrupción económica y moral. Para ellos el crucifijo no dice nada, no impone nada.

Por el contrario, a quienes promueven su retirada sí les molesta y parecen ser más conscientes que los sedicentes católicos de que puede haber pocos signos más radicales que un Dios crucificado. A él pertenecen todos los derechos y nuestro es solamente el deber de rendirle adoración. Y porque tenemos el deber de adorar a Dios, tenemos el derecho de tener nuestras iglesias, nuestras escuelas católicas. Lo mismo vale para la familia. Porque tenemos el deber de fundar una familia cristiana, tenemos el derecho de tener cuanto sirve para defender la familia cristiana.

Esto último lo proclamaban las estrofas del himno de la fiesta de Cristo Rey que proclamaban a Nuestro Señor como Rey de la familia, del Estado, y de la Ciudad terrenal y que, con toda lógica teniendo en cuenta la pseudo-teología que la inspiraba, fueron suprimidas en la desgraciada reforma litúrgica posterior al concilio Vaticano II:

Que con honores públicos te ensalcen
Los que tienen poder sobre la tierra;
Que el maestro y el juez te rindan culto,
Y que el arte y la ley no te desmientan.
Que las insignias de los reyes todos
Te sean para siempre dedicadas,
Y que estén sometidos a tu cetro
Los ciudadanos todos de la patria.

La renuncia a proclamar la necesidad del Reinado Social de Cristo Rey tiene su mejor expresión en la verdadera negación de su Realeza significada por esta transformación que ha pasado casi desapercibida.
A nadie extrañará que una vez arruinado el universo de valores vigentes hasta no hace mucho tiempo, su lugar vaya siendo ocupado por una nueva hegemonía: la de esa mentalidad, hoy dominante, sustrato permanente de una práctica política que es, al mismo tiempo, la consecuencia y el principal motor del proceso. Al servicio de esta estrategia se ponen medios tan dispares como la democracia, la demolición del Estado nacional, la inmigración, la auto-demolición de la Iglesia, la memoria histórica, la destrucción de la familia, la desmoralización del Ejército, la educación para la ciudadanía, la cultura de la dependencia promovida por una gestión económica de los recursos dirigida por el Estado…

Siguiendo este modelo, el sistema político actualmente implantado en España se edificó sobre tres pilares levantados entre 1978 y 1985: la destrucción de la nación (autonomías), la destrucción de la familia (divorcio) y la destrucción de la vida (aborto); hoy únicamente estamos asistiendo a las últimas consecuencias del proyecto puesto en marcha por las fuerzas políticas entonces dominantes. El árbol se plantó, ahora basta recoger sus frutos y lo único que admite una mínima disputa es quién habrá de llevarse la cosecha.

Si hay alternativa, únicamente será posible en la medida que tenga lugar la recuperación de la hegemonía en la sociedad civil. Algo que implica la lucha por la Verdad ―que no se impone por sí misma― y la capacidad de generar instrumentos coercitivos que, al amparo de la ley, actúen como freno de las tendencias disgregadoras. Por eso es lástima que en lugar de aceptar ovinamente los hechos, los católicos españoles no reaccionemos como vaticinaba el nicaragüense Pablo Antonio Cuadra Cardenal (1912-2002), poeta católico y colaborador de la revista Acción Española en los años en que la siniestra Segunda República española (esa que añoran algunos que no la conocieron) ordenó retirar los crucifijos de las escuelas:

¡Ay Virgencita que luces,
ojos de dulces miradas!
Que vieron llegar las Espadas,
que dieron paso a las Cruces.

Mira a tus Tierras Amadas!
Y si hoy nos arrancan las Cruces,
¡Brillen de nuevo las luces
del filo de las espadas!



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