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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

12 de enero de 2009

¡Disfrute de la vida como un señor ateo!



por Juan Manuel de Prada


Tomado de ABC







OS señores ateos quieren empapelar los autobuses con anuncios incitadores al disfrute de la vida. En esto los señores ateos se parecen a esos promotores del deporte que, mientras leemos las Geórgicas de Virgilio a la sombra de una encina, nos exhortan a hacer gimnasia, asegurándonos que así podremos gozar de la vida; pero cuando acudimos al gimnasio, sólo vemos a pobre gente sudando la gota gorda y pasando las de Caín. Ocurre que estos señores ateos, como los promotores del deporte, sufren como cerdos en la matanza; y, puesto que no hallan consuelo en su sufrimiento, quieren consolarse captando neófitos para sus padecimientos. Pues ya se sabe que nada consuela tanto el enfermo como conseguir que su enfermedad se contagie a otros; pero se trata de un consuelo cetrino y miserable.
Dios, según el estrafalario sentido de la realidad de estos señores ateos, es un ser tiránico que abruma y aflige a los hombres. Pero, si leemos las Escrituras, descubrimos que Dios no hace otra cosa sino invitarnos a un banquete eterno; y, cuando por fin se decide a acompañar a los hombres en su andadura terrenal, ¿qué es lo primero y lo último que hace? Pues lo primero que hace, nada más iniciar su vida pública, es transformar el agua en vino, para que los convidados de una boda puedan cantar y bailar alegremente; y lo último que hace es proponer a sus amigos que, cada vez que quieran rememorarlo, prueben el fruto de la vid. ¡Extraño modo de abrumar y afligir a los hombres!
A simple vista, la vida del creyente parece una muralla erizada de arduas privaciones; pero, salvada esa muralla, encontramos las danzas de los niños y el vino de los hombres. La vida del señor ateo, por el contrario, parece a simple vista encantadora y risueña; pero adentro se retuercen las serpientes de la desesperación. ¿Y qué es la desesperación? «Desesperación -decía Leonardo Castellani- es el sentimiento profundo de que todo esto no vale nada y el vivir no paga el gasto y es un definitivo engaño; y este sentimiento es fatalmente consecuente con la convicción de que no hay otra vida». La desesperación suele disfrazarse de alegría vocinglera; pero esta poseída de una sorda sed de destrucción y nihilismo. Estos señores ateos afirman, sin embargo, que la suya es la religión del disfrute y la alegría; a la vez que tratan de convencernos de que el cristianismo es la religión del dolor. Lo cierto es que todo ser humano alberga dentro de sí una proporción de dolor y otra de algería; lo que distingue al ateo del creyente es la distribución de esos dos componentes. El ateo hace depender esa alegría de los pequeños goces superficiales de la vida -el «comamos y bebamos, que mañana moriremos» de Menandro-, pero niega la alegría última de las cosas, porque está enfermo de una desesperación incurable. Al creyente, en cambio, no le están negados los goces superficiales de la vida; pero es capaz de sacrificarlos, o de tomárselos a broma, porque su gozo secreto está puesto en una alegría más fundamental. ¿Quién es más hombre? ¿Quien reserva su alegría para lo fundamental y sus penas para lo superficial o quien hace lo contrario? La alegría del ateo está constreñida al disfrute de unos pocos placeres mundanos y su dolor se expande por la inconcebible eternidad; puede agitar sus miembros en un éxtasis de abracadabra, y hasta entregarse al baile de San Vito, mas no por ello su cabeza dejará de estar hundida en un abismo desalentador, sin esperanzas ni anhelos. El dolor del creyente está, por el contrario, constreñido a unas pocas cosas fútiles, pero su alegría es ancha y venturosa, como una tarde pasada a la sombra de una encina leyendo las Geórgicas de Virgilio.
Decía Chesterton que la alegría, que es la pequeña publicidad del pagano, es el gigantesco secreto del cristiano. Por eso los señores ateos quieren pregonar su alegría pequeñita en los autobuses; porque saben que sus disfrutes no duran más que lo que tarda un autobús en cubrir su itinerario. Lo que viene después -también lo saben- es la desesperación; y como la desesperación engendra desconsuelo, quieren consolarse contagiándosela a los demás. Vanos pataleos de chiquilines emberrinchados.

2 comentarios:

El Carlista dijo...

Cuzamante, querido amigo, muchas gracias por este artículo de de la Prada. Es el que más me ha gustado de los que he leído de él hasta ahora.
Si hay algo necesario en los tiempos que corren es el explicarle a la gente que el catolicismo (el tradicional, no el otro) es de "elemental sentido común", y que uno puede salvar su alma eternamente siendo además verdaderamente feliz pues no es en absoluto cierto que se nos pide una vida de perros. Por el contrario, aunque se nos promete la felicidad "en otro mundo", somos bastante más felices aquí que los que van contra la Ley Natural.
Un abrazo en Xto.

Cruzamante dijo...

Carísimo Carlista:
Este autor y periodista español es un verdadero hallazgo, pues comenta la realidad desde una perspectiva siempre católica.
Además es del fan-club de Castellani, de quien ha publicado una antología en España, dando a conocer al cura a millones de lectores, ya entusismados con sus citas en ABC, periódico de gran tirada.
Ojalá tuviéramos alguno parecido, que publicara en Clarín o La Nación (diario).
Un abrazo en Xto Rey