"Apóstol del norte" llaman los alemanes y escandinavos a San Anscario. Durante el siglo IX los pueblos escandinavos, muy florecientes por aquel entonces, desarrollaban grande actividad. Por su dominio absoluto del comercio y navegación en los mares del norte, y más aún con sus continuas piraterías por las costas y hasta el interior del continente europeo, tenían al imperio franco en estado constante de alarma. Se comprende que así Carlomagno como Luis el Piadoso y sus sucesores pusieran el mayor interés en atraer a su órbita política aquellos fogosos pueblos; y no siendo posible imponerles el dominio político, por lo menos reduciéndolos a la Paz y tranquilidad por medio de la religión. Anscario fue el hombre providencial que debía emprender la batalla pacífica del norte.
Nació probablemente en las cercanías de Amiens hacia el año 801. Apenas contaba cinco años perdió a su madre. No pudiendo atender debidamente a su formación su padre lo confió a los monjes benedictinos de Corbie, en donde tomó el hábito a los trece anos de edad. Ya desde su niñez fue agraciado con visiones. que encendieron en él el deseo de evangelizar a los pueblos infieles. Aquellos favores extraordinarios lo confirmaron al mismo tiempo en el amor a las virtudes y al estudio de las ciencias. Su progreso en ambos aspectos hizo que desde los dieciocho años sus superiores le confiaran los pequeños educandos para su custodia.
En el ano 822 el célebre monasterio de Corbie fundó filial en Westfalia, que se llamó Korvey o Nueva Corbie. Entre los enviados contábase Anscario, que fue allá con el cargo de director de estudios y predicador. Pasó cuatro años tranquilos en su nueva residencia, preparándose para cuando la Providencia dispusiera el comienzo de su vocación misionera. Un día del 826 llegó a la corte de Luis el Piadoso el pretendiente al trono de Dinamarca, Haroldo, para solicitar del emperador ayuda contra sus enemigos, prometiendo en cambio su conversión al cristianismo. Poco después Haroldo recibía el bautismo. Para afianzar la reciente conversión pidió al emperador algunos misioneros para que le acompañaran. El abad Wala de Corbie, consejero imperial, propuso a su fiel monje Anscario, el cual, a pesar de la oposición de muchos de sus amigos, se lanzó a su nuevo cometido, contando con un solo compañero. Empezó por fundar una escuela en el palacio real para la educación cristiana de los niños que le mandaba el rey, y de los que él mismo rescataba de los piratas, muy numerosos por aquellos mares. Pero por lo visto su primer esfuerzo apostólico dio poco fruto: apenas pudo reunir una docena de niños y convertir a algunos infieles. Para colmo de males, al año siguiente el rey Haroldo fue echado de sus tierras, con lo que Anscario tuvo que volverse a su monasterio.
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